«Qué
suerte tenéis vosotros. Decía siempre su abuela.
Después no decía nada, porque, al
echar una ojeada en derredor, sólo veía miradas oblicuas de su nieto Gino y de
su hija Armida.
“Qué suerte tenéis”, era el
comentario por aquellos platos abundantes.
Por aquella comida de grandes
señores.
¡No empieces otra vez!, intervenía
su hija, la madre de Gino, parece que añoras el hambre. Añadía.
Quería decir que parecía tener
nostalgia de los tiempos de escasez.
Come y disfruta. Concluía.
Con que la vieja dejaba de hablar.
Y miraba comer. Pues habían seguido
siendo campesinos hambrientos, con la cabeza hundida en el plato hasta casi
tocar la comida con la frente.
Y se preguntaba si aquel postrarse
sobre los alimentos era el precio pagado por el bienestar.
Como el permanente inclinarse antes
las peticiones del mundo.
Pues ahora de la televisión salía el
mundo como debería haber sido.
Y legislaba, daba orientaciones,
determinaba quién contaba y quién no.
Con que aquellos nietos sanos,
hartos, daban la impresión de una derrota, de un sometimiento sin siquiera la sospecha
de la reclusión.»
Fois,
Marcello: GAP,
Madrid, Espasa Calpe (Narrativa), 2001, pp. 78-79.