De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

domingo, 30 de septiembre de 2018

Las pasiones de Juan, Emperatriz Sánchez Londoño


« […] pero era extraño lo que me ocurría con ella, una leve sensación de hastío una vez terminábamos nuestro acto sexual. Sin embargo, realicé múltiples intentos por encontrarla atractiva para mis sentimientos, pero mis intenciones nunca me permitían ir más lejos de lo que mis ojos veían. Nunca lo pude lograr, de ella sólo me importaba su cuerpo, la manera en que me hacía sentir, su perfume, la pícara sonrisa de sus canosos labios cada vez que alcanzaba el clímax […]»
 
Sánchez Londoño, Emperatriz: Las pasiones de Juan.
México, Ediciones B, 2009, p. 14.

Los mismos cuadros
y de pronto la pared
parece vacía.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Lavando trastes
oleaje diminuto
dentro del plato.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

De cinco rosas
sólo queda una
sin marchitar

viernes, 21 de septiembre de 2018

La casa, la isla, segunda selección

« Ninguno se atrevía a más, aunque siempre parecía que ascendían un pequeño escalón. Y jamás hablaban de lo que realmente hacían. Era como si ambos alzaran un muro compartido, pero cada parte del muro tenía ladrillos diferentes. Los de él eran los ladrillos de una timidez casi patológica, y sencillamente no saber qué más podía hacer con aquello que de pronto se abandonaba entre sus manos. Los de ella eran la intuición de un miedo. »

Menéndez, Ronaldo: La casa, la isla.
México, Alianza Editorial (Alianza de novelas), 2016, p. 233.

lunes, 17 de septiembre de 2018

La casa y la isla


« Entonces la chica de ojos inolvidables acotó con voz lo suficientemente audible: “y así hasta el infinito, que es un ocho acostado”. Y aunque lo del infinito, hablando con propiedad era un error (nada dura para siempre), lo del ocho acostado que le había gustado al profesor. Lo curioso fue que no pudo evitar pensar que la convergencia entre un seis y un nueve formaba ese famoso 69, que si uno lo juntaba lo suficiente, bien apretadito, era un especie de ocho acostado, metido dentro de un círculo (que era la mejor forma de infinito, según Stephen Hawking) y también se parecía al símbolo del yin y el yang. »
 
Menéndez, Rolando: La casa y la isla.
México, Alianza Editorial (Alianza de novelas), 2016, p. 28.

viernes, 14 de septiembre de 2018

Presas de araña
una pluma de colibrí
y muchos bichos.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

A medianoche
palmeando las almohadas
antes de dormir.

sábado, 8 de septiembre de 2018

Los pies descalzos
pisando lozas tibias
de la vereda.

viernes, 7 de septiembre de 2018

tiempo de granadas


«Entonces Hassán Badreddin llegó al colmo de la alegría y se apresuró a hacer cuanto pudo para honrarlos. Cogió un tazón de porcelana de los más ricos, lo llenó de granos de granada preparados con azúcar y almendras mondadas, perfumado todo deliciosamente y muy en su punto, y lo presentó sobre la más suntuosa de sus bandejas de cobre repujado. Y al verlos comer con manifiesta satisfacción, se sintió muy halagado y muy complacido: "¡Oh, qué honor para mí! ¡Qué fortuna la mía! ¡Que os sea tan agradable como provechoso!»
 "Las mil y una noches" (noche 23)