« Mundt no dijo nada. Leamas se fue acostumbrando a sus silencios en el desarrollo de la entrevista. Mundt tenía una voz agradable; eso era algo que Leamas no había esperado, pero raramente hablaba. Quizá la extraordinaria confianza de Mundt en sí mismo hiciera que no hablase a no ser que deseara hacerlo de modo muy específico, estando dispuesto a conceder que se produjeran largos silencios en vez de intercambiar palabras inútiles. […] Su joven rostro tenía unas facciones duras y claras, y una inmediatez aterradora; carecía de humor o fantasía. Parecía joven, pero no juvenil: los hombres de más edad le tomaban en serio. »