Secciones amansalocos
De "El canto del pájaro", Anthony de Mello
El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:
«No haces más que ocultarme
el secreto último del Zen».
Y se resistía a creer sus negativas.
Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.
«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.
«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».
«Sí», asintió el discípulo.
lunes, 7 de noviembre de 2011
"Triste vida", literatura neorrealista china
«[…] Agachado, con la fiambrera
entre sus manos, Yin engullía su ración de comida del mismo modo que el resto.
No tenía intención de amargarse la vida a causa del tema de las primas. Cuando
ya se había comido la mitad de la ración, se detuvo un instante: un gusano
verde y gordo acababa de aparecer entre las hojas de col. Le entraron unas arcadas
terribles. Al ver el gusano se le había revuelto el estómago. ¡Realmente, ése
no era uno de sus mejores días! ¡Ya no podía más! ¡Sus fuerzas y su paciencia
se estaban agotando!
»Colocó
el gusano de manera que quedase bien visible y se dirigió hacia el comedor que
había detrás de la cocina. El gerente de la cantina se disponía a servir la
comida a los invitados. La mitad de los invitados eran chinos, y la otra mitad,
japoneses. Yin le pidió al gerente que saliese un momento y le invitó a probar
la col que había preparado uno de sus cocineros. El gerente se acercó, miró
impasible el gusano, después miró a Yin de los pies a la cabeza, llamó a un
cocinero y le dijo:
--Dale
otra ración!
»Estaba
claro que el gerente quería deshacerse del hombre que había venido a pedir una
nueva ración y después de haberle dado la orden al cocinero, se escabulló hacia
el pequeño comedor. El joven cocinero no había entendido ni una sola palabra de
lo que había dicho el gerente. Le lanzó a Yin una mirada burlona, se encogió de
hombros y le dijo en inglés:
--Hello!
Yin
se había dirigido educadamente al gerente delante de los invitados japoneses porque
consideraba que la ropa sucia debe lavarse en casa, pero la actitud de los dos
hombres le pareció inaceptable y quería darles una lección. Volvió a entrar en
el pequeño comedor, cogió al gerente por el brazo, lo condujo a un rincón de la
sala y vertió el contenido del cuenco en el bolsillo de su delantal blanco.»
Chi li: Triste vida,
Barcelona, Ed. Belacqva (La otra
orilla), 2007,
pp. 50-52.
Publicadas por jimeneydas a la/s 7:52 p.m.
Etiquetas: Antologías
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