Secciones amansalocos
De "El canto del pájaro", Anthony de Mello
El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:
«No haces más que ocultarme
el secreto último del Zen».
Y se resistía a creer sus negativas.
Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.
«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.
«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».
«Sí», asintió el discípulo.
viernes, 8 de junio de 2012
Historia del rey transparente
Recuerdo pocos
libros cuyo primer párrafo
me haya apasionado tanto como éste:
Montero, Rosa:
Historia del rey transparente
México, Alfaguara, 2005, pp. 12-13.
«Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y
soy libre. He visto en mi vida cosas maravillosas. He hecho en mi vida cosas
maravillosas. Durante algún tiempo, el mundo fue un milagro. Luego regresó la
oscuridad. La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste
contra la puerta. Un sólido portón de metal y madera que no tardará en hacerse
trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada. Vienen
a por nosotras. Las Buenas Mujeres rezan. Yo escribo. Es mi mayor victoria, mi
conquista, el don del que me siento más orgullosa; y aunque las palabras están
siendo devoradas por el gran silencio, hoy constituyen mi única arma. La tinta
retiembla en el tintero con los golpes, también ella asustada. Su superficie se
riza como la de un pequeño lago tenebroso. Pero luego se aquieta extrañamente. Levanto
la cabeza esperando un envite que no llega. El ariete ha parado. Las Perfectas
también han detenido el zumbido de sus oraciones. ¿Acaso han logrado acceder al
castillo los cruzados? Me creía preparada para este momento pero no lo estoy:
la sangre se me esconde en las venas más hondas. Palidezco, toda yo entumecida
por los fríos del miedo. Pero no, no han entrado: hubiéramos oído el estruendo
de la puerta al desgajarse, el derrumbe de los sacos de arena con que la
reforzamos, los pasos presurosos de los depredadores al subir la escalera. Las
Buenas Mujeres escuchan. Yo también. Tintinean los hombres de hierro bajo las
troneras de nuestra fortaleza. Se retiran. Sí, se están retirando. Al sol le
falta muy poco para ocultarse y deben de preferir celebrar su victoria a la luz
del día. No necesitan apresurarse: nosotras no podemos escapar y no existe
nadie que pueda ayudarnos. Dios nos ha concedido una noche más. Una larga
noche. Tengo todas las velas de la despensa a mi disposición, puesto que ya no
las vamos a necesitar. Enciendo una, enciendo tres, enciendo cinco. El cuarto
se ilumina con hermosos resplandores de palacio. ¡Y pensar que nos hemos pasado
todo el invierno a oscuras para no gastarlas! Las Buenas Mujeres vuelven a bisbisear
sus Padrenuestros. Yo mojo la pluma en la tinta quieta. Me tiembla tanto la
mano que desencadeno una marejada.»
Publicadas por jimeneydas a la/s 7:25 p.m.
Etiquetas: Antologías
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