A Beppo le gustaban estas horas antes del amanecer, cuando la ciudad
todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un
trabajo muy necesario.
Cuando barría las calles, lo hacía despaciosamente, pero con
constancia; a cada paso una inspiración y a cada inspiración una
barrida. Paso-inspiración-barrida. Paso-inspiración-barrida. De vez en
cuando, se paraba un momento y miraba pensativamente ante sí. Después
proseguía paso–inspiración–barrida.
Mientras iba moviéndose, con la calle sucia ante sí y limpia detrás,
se le ocurrían pensamientos. Pero eran pensamientos sin palabras,
pensamientos tan difíciles de comunicar como un olor del que uno a duras
penas se acuerda, o como un color que se ha soñado. Después del
trabajo, cuando se sentaba con Momo, le explicaba sus pensamientos. Y
como le escuchaba a su modo, tan peculiar, su lengua se soltaba y
hallaba las palabras adecuadas.
–Ves, Momo –le decía, por ejemplo–, las cosas son así: a veces tienes
ante ti una calle larguísima. Te parece terriblemente larga, que nunca
crees que podrás acabarla.
Miró un rato en silencio a su alrededor; entonces siguió:
–Y entonces empiezas a darte prisa. Cada vez que levantas la vista,
ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía,
empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. Y la calle sigue
estando por delante. Así no se debe hacer.
Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:
–Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo
hay que pensar en el paso siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada
más que el siguiente.
Volvió a callar y a reflexionar, antes de añadir:
–Entonces es divertido; eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser.
Después de una nueva y larga interrupción, siguió:
–De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda
la calle. Uno no se da cuenta de cómo ha sido, y no se está sin aliento.
Asintió en silencio y dijo, poniendo punto final:
–Eso es importante.
Ende, Michael: Momo, Alfaguara, México, 2001, p. 42-43
Secciones amansalocos
De "El canto del pájaro", Anthony de Mello
El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:
«No haces más que ocultarme
el secreto último del Zen».
Y se resistía a creer sus negativas.
Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.
«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.
«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».
«Sí», asintió el discípulo.
lunes, 3 de septiembre de 2012
El zen está en todas partes...
Publicadas por jimeneydas a la/s 10:13 a.m.
Etiquetas: Antologías
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