«[…] Matilde se incoporaba, sentándose en la orilla de lecho y allí, con el rostro hundido entre las manos, repetía en voz alta, como esperando que alguien la contradijera:—No voy a poder pasar este día.Porque el día estaba erguido frente a ella como un árbol enorme que era necesario derribar. Y ella no tenía más que un hacha pequeña, con el filo mellado. El primer hachazo: levantarse. Algo que no era ella, que no era su voluntad, (porque su voluntad no deseaba más que morir), la ponía en pie. Como sonámbula, Matilde daba un paso, otro, a través de la habitación. Vistiéndose, peinándose. Y después, abrir la puerta, decir buenos días, sonreír con una sonrisa más triste que las lágrimas.»
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