« […] A medida que se acercan algunos pacientes empiezan a agitarse. Ileana se detiene frente a una cama alta de hierro y lo mismo hace Adrian. En la cama un hombre acostado de lado, su cabeza descansando sobre una almohada sin funda.
–Hola, John, ¿cómo estás?
Al oír su voz, el hombre se arrastra para darse la vuelta y ponerse de cara a ellos.
–Estoy bien, doctora responde y empieza a incorporarse lentamente–. ¿Cómo está usted?
–Bien, gracias, John. Hoy he venido con alguien. Otro médico, de Inglaterra. Le gustaría conocer cosas sobre nosotros.
El hombre de la cama vuelve la cabeza para poder ver a Adrian, al mismo tiempo que consigue sentarse. Hay un sonido intermitente de roce de metal sobre metal. El ruido suena tremendo en el silencio de la sala. Cuando se ha enderezado, el hombre extiende las manos y el ruido se inicia de nuevo, como de algo que se desovilla. Por algún motivo le hace pensar a Adrian en barcos. Baja la vista hacia las manos del hombre: muñecas envueltas en trapos, esposas metálicas, manos unidas en señal de saludo. El sonido se detiene de pronto, dejando en el aire un débil zumbido, cuando el hombre de la cama deja a la vista toda la longitud de sus cadenas.»