« […] muy apenado, y tras decir estas palabras guardé silencio. Aunque el monje también calló, como si aceptara lo que le había dicho, para entonces yo ya veía claro que la expresión de placidez y respetabilidad que mostraba simpre su cara no era más que una máscara que ocultaba su verdadera personalidad, hipócrita y porfiada. […] Guardaba silencio porque le daba pena mi abatimiento, pero no porque compartiera mis opiniones.»
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