«¿Qué demonios sé yo de mí mismo? ¿Acaso el yo que percibo a través de mis sentidos es el yo real? ¿No será la imagen de mí mismo una versión desfigurada por pura conveniencia? Algo así como nuestra voz registrada en una grabadora, que no nos parece la nuestra… Así pensaba yo. Cuando me llamaban y tenía que hablar de mí mismo ante los demás, tenía la impresión de reescribir mi expediente escolar a mi antojo. No podía evitar sentir esa desazón. Así que, en la medida de lo posible, intentaba dar sólo datos objetivos, datos que los demás no necesitasen interpretar ni buscar su significado (tengo perro, me gusta nadar, no me gusta el queso, etcétera); aun así, tenía la impresión de dar datos imaginarios de un ser imaginario. Y cuando escuchaba a los demás, me parecía que todos hablaban de terceras personas. Todos vivíamos en un mundo imaginario donde respirábamos aire imaginario.»
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