«[...] se sentaba con la espalda apoyada en la pared y añoraba el cálido hilillo de pintura resbalándole por un lado de la nariz o la textura de papel de lija de las manos de su padre.
Anhelaba volver a la inconsciencia de entonces, a sentir tanto amor sin saberlo y a confundirlo con las risas y el pan untado con poco más que el aroma de la mermelada.
Fue la mejor época de su vida.»
Zusak, Markus: La ladrona de libros, México, Debols!llo, 2013, p. 353.
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