«[…] pero un día […] se puso a comparar unas escenas con otras, unas memorias con otras, y le pareció que su pareja no estaba siempre igual de cariñosa y que quizá el presente ya no era tan bello como el pasado había sido. […] La vida se enturbió y a los momentos de dulzura les fue creciendo por dentro un pequeño dolor, como el gusano que crece dentro de una fruta. […] Entonces […] gritó las primeras palabras de la Tierra. Y éstas fueron “¡Quiero que me digas que me quieres!”. En ese preciso momento, los cielos se partieron, la Muerte descendió sobre la vida y una lluvia de rayos incendió los campos en torno a ellos. […] Las fuentes se secaron, las serpientes se hicieron venenosas y el agua de los ríos enrojeció de sangre. Y no había manera de olvidar todas estas desgracias espantosas, porque en el mundo ya habían aparecido el tiempo y la memoria.»
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