«[…] temía la visita de los ladrones, no de los vivientes, sino de los muertos, de los ajusticiados, de los que se desprendían de la horca y golpeaban en los cristales de las ventanas de la casa, pidiendo que se les dejase entrar para calentarse un poco.»A veces no les atraía únicamente el fuego del hogar, sino que venían también movidos por la intención de recobrar los dedos que les había robado el verdugo. Si no se trababa bien la puerta, el viejo afán de robar se manifestaba también en ellos después de la muerte, robaban entonces las sábanas almacenadas en los armarios o puestas en las camas. Una de las viejas mujeres, quien advirtió a tiempo un robo de ese tipo, salió corriendo detrás del ladrón que iba como una sábana ondeando al viento, la cogió de una punta y recobró así lo hurtado, justamente cuando el ladrón había llegado ya al cadalso y pretendía refugiarse en el maderamen.»
Barcelona, Bruguera (Libro amigo 1502), 1984 [ca. 1850), pp. 394, 395 y ss.
1 comentario:
Órales... yo creía que las sábanas eran la mortaja.
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