«Eran muchas las conversaciones que la señorita Amelia y el primo Lymon mantenían en la habitación de arriba, generalmente a primeras horas de la madrugada, cuando el jorobado no podía dormir. Por regla general la señorita Amelia era una mujer silenciosa y no solía irse de la lengua cada vez que algo le pasaba por la cabeza. Habia ciertos temas de conversación, sin embargo con los que disfrutaba. Todos ellos tenían un punto en común: eran interminables. Le gustaba analizar esos problemas que son insolubles por más que se especule sobre ellos durante decenios. Por otra parte, el primo Lymon disfrutaba hablando de cualquier cosa, porque era un gran charlatán. Ambos enfocaban la conversación de manera totalmente distinta. La señorita Amelia se mantenía siempre en las amplias generalidades del tema, divagando interminablemente con voz baja y pensativa y sin llegar a ninguna conclusión, mientras que el primo Lymon de pronto la interrumpía para agarrarse, como una urraca, a algún detalle que, aunque no tuviera importancia, por lo menos era algo concreto y que tenía que ver con una faceta práctica de la vida cotidiana.»
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