« […] Y lentamente, al filo de la medianoche, llegó a comprendelo mejor. La razón de las mentiras de madame Zilensky era penosa y simple. Durante toda su vida, madame Zilensky había estado trabajando: en el piano, enseñando, y escribiendo aquellas doce hermosas e inmensas sinfonías. Día y noche se había afanado, luchando y colocando su alma en el trabajo y apenas quedaba nada de sí misma para otra cosa. Como ser humano, sufría de esta carencia y hacía lo que podía para subsanarla. Si se pasaba la noche inclinada sobre una mesa de trabajo de la biblioteca y luego afirmaba que había estado jugando a las cartas, era como si hubiese conseguido hacer ambas cosas. Por medio de las mentiras vivía lo que experimentaban los demás. Las mentiras duplicaban los momentos de su existencia que quedaban libres del trabajo y alargaban el pequeño harapo que era su vida personal.»
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