«--Mis intenciones no podían ser mejores –contestó ella--. Lo sabes muy bien, no habría sido posible que yo te amara y no me viese animada de buenos propósitos.--Es cierto. Pero, si yo te hubiese hecho caso, esos buenos propósitos habrían acabado conmigo. […] Habrías destruido mi obra y mi carrera. El realismo es algo imperativo en mi naturaleza y el espíritu burgués lo odia, porque, en definitiva, es cobarde y se asusta de la vida. Tú llevabas a cabo toda clase esfuerzos para infundirme ese mismo temor por la vida. Me habías convertido en un hombre normal, comprimiéndome hasta ser un individuo vulgar, cuyas acciones de la vida son irreales, falsas y corrientes. […] La vulgaridad es, sin duda alguna, la base del refinamiento y de la cultura de los burgueses. Como antes decía, quisiste convertime en un hombre normal y parecido a uno de los de tu propia clase, animado por los ideales, los valores y prejuicios que le son propios. […]»
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