De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

martes, 19 de enero de 2016

Insisto en que Gogol me retrata...



«Unas dos horas antes de la de la comida, Andrey Ivanovitch entraba en su escritorio para ponerse a trabajar seriamente, y seria era, por cierto, su ocupación. Consistía en meditar una obra que había estado considerando desde hacía mucho tiempo. Esta obra había de ser […] en fin, una obra de tremenda transcendencia. Pero hasta ahora la colosal empresa no había pasado de la etapa de las meditaciones: la pluma se mordía, aparecían en el papel unos bosquejos, y después se dejaba todo a un lado, sustituyéndose por un libro que ya no había de soltarse hasta la hora de comer. El libro se leía con la sopa, con el asado y la salsa, y aun con el pudín y, por consiguiente, algunos platos se enfriaban y otros se devolvían sin probar. Luego aparecía el café, que se saboreaba con la pipa, y, por fin, Andrey Ivanovitch jugaba consigo mismo un partido de ajedrez. Qué hacía después hasta la hora de cenar, es verdaderamente difícil determinarlo. Creo que sencillamente no hacía nada.»


Nicolás Gogol, "Las almas muertas".
Libro II, Cap. 1

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