De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Dos romances castellanos ...
medio subidos de tono

Romance de la Guirnalda de Rosas


Esa guirnalda de rosas,
hija, ¿quién te la endonara?
--Donómela un caballero
que por mi puerta pasara,
tomárame de la mano,
a su casa me llevara,
en un portalico oscuro
conmigo se deleitara,
echóme en cama de rosas
en la cual nunca fui echada,
hízome no sé que hizo,
que dél vengo enamorada:
traigo, madre, la camisa
de sangre toda manchada.



Romance de la gentil dama y el rústico pastor

Estáse la gentil dama
paseando en un vergel.
los pies tiene descalzos
que era maravilla ver;
desde lejos me llamara,
no le quise responder.
Respondíle con gran saña:
--¿qué mandaís, gentil mujer?
Con una voz amorosa
comenzó de responder:
--Ven acá, el pastorcico,
si quieres tomar placer;
siesta es de mediodía,
que ya es hora de comer;
si querrás tomar posada
todo es a tu placer.
--que no era tiempo, señora,
que me haya de detener;
que tengo mujer e hijos,
y casa de mantener,
y mi ganado en la sierra
que se me iba a perder,
y aquellos que me lo guardan
no tenían qué comer.
--Vete con Dios, pastorcillo,
no te sabes entender,
hermosuras de mi cuerpo
yo te las hiciera ver:
delgadica en la cintura,
blanca soy como el papel,
la color tengo mezclada
como rosa en el rosel,
el cuello tengo de garza,
los ojos de un esparver,
las teticas agudicas
que el brial quieren romper,
pues lo que tengo encobierto
maravilla es de lo ver.--
--Ni aunque más tengáis, señora,
no me puedo detener.



Tomados de Isidro Gabriel, (comp.): Los mejores romances de la lengua castellana. Los libros del mirasol, Buenos Aires, Argentina. 1965. pp. 132-134

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rondas infantiles

En coche va una niña, tralarín
en coche va una niña, tralarí
hija de un capitán, tralarí lurín, tralarí lurán
hija de un capitán, tralarí lurín, tralarí lurán

Hermoso pelo tiene, tralarín
hermoso pelo tiene, tralarín
¿quién se lo peinará, tralarí lurín, tralalí lurán
¿quién se lo peinará, tralarí lurín, tralalí lurán.

Se lo peina la reina, tralarín
se lo peina la reina, tralarín
con mucha suavidad, tralarí lurín, tralarí lurán
con mucha suavidad, tralarí lurín, tralarí lurán

Con peine de oro fino, tralarín
con peine de oro fino, tralarín
y horquillas de cristal, tralarí lurín, tralarí lurán
y horquillas de cristal, tralarí lurín, tralarí lurán

Al pie de su ventana, tralarín
al pie de su ventana, tralarín
tres pajaritos van, tralarí lurín, tralarí lurán
tres pajaritos van, tralarí lurín, tralarí lurán

Cantando el pío, pío, tralarín
cantando el pío, pío, tralarín
cantando el pío pa, tralarí lurín, tralarí lurán
cantando el pío pa, tralarí lurín, tralarí luran.

jueves, 21 de febrero de 2008

cantares de los señores mexicanos

No es verdad que vivimos,
no es verdad que duramos
en la tierra.
¡Yo tengo que dejar las bellas flores,
tengo que ir en busca del sitio del misterio!
Pero por breve tiempo,
hagamos nuestros los hermosos cantos.

Yo perforo esmeraldas,
yo oro estoy fundiendo:
¡Es mi canto!
En hilo ensarto ricas esmeraldas:
¡Es mi canto!

He llegado hasta acá,
a las ramas del Árbol Floreciente
yo el Colibrí florido:
deleito mi nariz y me siento gozoso:
sabrosos y dulces son mis labios.

martes, 5 de febrero de 2008

Otro Republicano, Miguel Hernández

Esta poesía es más conocida por la adaptación que le hizo Joan Manuel Serrat...

EL NIÑO YUNTERO

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

Miguel Hernández, 1937

lunes, 4 de febrero de 2008

Ahora, León Felipe...

Otro poeta republicano es León Felipe, de quien selecciono, entre muchos este poema:

Qué lástima!

¡Qué lástima / que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas / a las glorias de la patria!
¡Qué lástima / que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
otra raza, / como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.

¡Qué lástima / que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña / de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después... ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta / ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa / rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.

¡Qué lástima /que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa / en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
que me contaran
viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala)
y el retrato de mi abuelo que ganara / una batalla.
¡Qué lástima / que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla, / retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima / que yo no tenga siquiera una espada!
Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana, / ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara / una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!

Sin embargo...
en esta tierra de España / y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa / en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala / muy amplia / y muy blanca
que está en la parte más baja / y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara / esta sala
tan amplia / y tan blanca...
Una luz muy clara / que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana / vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan / ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada, / esa mujer agobiada
con una carga / de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de
Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia / tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa...
Ella entonces me llama / ¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa / por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para / en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala, / muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.

Y en una tarde muy clara, / por esta calle tan ancha,
al través de la ventana, / vi cómo se la llevaban
en una caja / muy blanca...
En una caja / muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre
el cristalito de aquella caja / tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!

¡Qué lástima / que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria, / ni una tierra provinciana,
ni una casa / solariega y blasonada,
ni el retrato de un abuelo que ganara / una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria / que apenas tiene una capa...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!

viernes, 1 de febrero de 2008

Romance del Rey Rodrigo

es curioso cómo el castellano antiguo puede ser tan claro y contundente con esas rimas en octasílabo, que los mexicanos aún conservamos: seguimos pensando y cantando en octasílavos: los corridos, en la letanía de las posadas, en los gritos de la lotería...


La derrota de Guadalete

Las huestes de don Rodrigo / desmayaban y huían
cuando en la octava batalla / sus enemigos vencían.
Rodrigo deja sus tiendas / y del real se salía;
solo va el desventurado, / que no lleva compañía.
El caballo, de cansado, / ya mudar no se podía;
camina por donde quiere, / que no le estorba la vía.
El rey va tan desmayado / que sentido no tenía;
muerto va de sed y hambre / que de velle era mancilla;
iba tan tinto de sangre / que una brasa parecía.
Las armas lleva abolladas, /que eran de gran pedrería;
la espada lleva hecha sierra / de los golpes que tenía;
el almete, de abollado, / en la cabeza se hundía;
la cara llevaba hinchada / del trabajo que sufría.

Subióse encima de un cerro, / el más alto que veía,
desde allí mira su gente / como iba de vencida;
de allí mira sus banderas / y estandartes que tenía,
como están todos pisados, / que la tierra los cubría;
mira por los capitanes, / que ninguno parescía;
mira el campo tinto en sangre /la cual arroyos corría.