De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

viernes, 23 de enero de 2015

No hay nada nuevo bajo el sol...



Esto fue escrito en 1851, pero es de dolorosa actualidad...


«[…] Aquellos caballeros son avezados políticos que han acudido de todos los ámbitos del estado; son, cada uno de ellos, gente práctica para disponer de las medidas preliminares con las que se roba al pueblo, sin que se dé cuenta, la facultad de elegir sus gobernantes. El mandato popular, aunque llegue a expresarse con voz de trueno en la próxima elección, no será más que un eco de lo que estos caballeros resuelvan en la alegre mesa de su anfitrión. […]»


Hawthorne, Nataniel: La casa de los siete altillos,
México, 1988 [1851] (Colección biblioteca), p. 288.

sábado, 17 de enero de 2015

ASOMBRAR (v.t., u.t.c.p.)

Dícese de la acción y efecto que ejerce un objeto cuando bloquea la luz que cae sobre otro y proyecta en éste su sombra.

Este uso tiene un registro en el CORDE:

Seis de la tarde.
El edificio asombra
medio arbolito.

viernes, 16 de enero de 2015

Metal y agua.
El filo del cuchillo
no corta espuma.*


*ok, esto parece más un aforismo que un haiku... se aceptan sugerencias para mejorarlo, si es que tiene remedio.


jueves, 15 de enero de 2015

Tiempo silente.
Pinzas de depilar
y un espejito.

jueves, 8 de enero de 2015

Maceta vieja
deja escapar el agua
por la rotura.


lunes, 5 de enero de 2015

La casa de los siete altillos



« […] Era un observador demasiado frío y sereno […] Los estudiaba atentamente, y no se le escapaba la menor circunstancia relacionada con las respectivas personalidades. Estaba dispuesto a hacerles todo el bien que pudiera; pero, al final de cuentas, nunca llegó a hacer causa común con ellos, ni les dio ninguna verdadera prueba de quererlos más a medida que los iba conociendo. En sus relaciones con ellos, parecía andar en busca de alimento mental, no de sustento para el corazón. […]»


Hawthorne, Nataniel: La casa de los siete altillos,
México, 1988 [1851], Eosa (Biblioteca 59), p. 205.