Pasé varios años de mi infancia en Torreón, una ciudad del norte de México.
En aquel tiempo, había muchísimas casas en construcción, que nosotros aprovechábamos como patio de juegos: los cimientos eran trincheras, escondites los montones de grava y arena, etc.
Un velador trabajaba en esas obras, hombre ya viejo que afirmaba haber sido mayor en la División del Norte con la que peleó en muchas batallas de la Revolución Mexicana de 1910 bajo las órdenes de Pancho Villa. Le gustaba rodearse de niños para contarles historias de las batallas en las que participó (aunque frecuentemente cambiaba la narración y se iba convirtiendo en un protagonista cada vez más importante de tales hechos bélicos). Sus favoritas eran la Toma de Zacatecas y las batallas en el mismo Torreón, de las cuales siempre enfatizaba las matanzas de chinos y la historia de una vieja casona embrujada, que según él había quedado maldita después de una batalla por lo que allí había pasado.
Y a veces, contaba leyendas y cuentos. Imagine el lector que tiene ocho años de edad, y una noche está frente a una fogata escuchando una voz cascada recitando historias de terror...
Ésta es una leyenda del norte de México.
p.d. favor de bajar el volumen de las bocinas... es la primera grabación que me hago y quedó defectuosa.
"No van al baile. Está muy cerrada la noche y algo les puede pasar en el camino".
Enojadas, sus dos hijas decidieron matarla, "al fin que vivimos tan lejos que nadie se dará cuenta", intrigaron las malvadas. Tras consumar su crimen, quedaron hambrientas, pero ya no había quién les cocinara. "Guisémosla, sirve de que nos ahorramos el trabajo de enterrarla", propuso la mayor: "hagamos pozole de oreja".
(Como todo el mundo sabe, el pozole más sabroso es el "pozole de oreja", al que se añaden orejas de puerco rebanadas para darle un sabor especial).
Tan horrendo fue el crimen, que cuando recorrían las veredas para llegar al pueblo, la tierra se abrió tragando sus cuerpos hasta el cuello. Su castigo: mientras no reciban el perdón materno, de día sus cabezas se convierten en piedras, pero por las noches se les permite retornar a la vida para suplicarle al ánima en pena de su madre, que aún camina las veredas preocupada porque no encuentra a sus hijas en casa.
Ellas ruegan implorando su perdón cuando pasa cerca. Y cada noche no las puede oír, porque no tiene orejas, ellas se las comieron...