De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

jueves, 26 de marzo de 2015

Mariana de Alcoforado: Cartas de amor de la monja portuguesa



«Me engañaste con falsas esperanzas. Una pasión en la que tenía tan deliciosas expectativas sólo puede darme hoy una mortal desesperación, apenas comparable con la crueldad de esta ausencia. Y este abandono, para el cual mi dolor, por más que se esmere, no halla nombre más funesto [...]»


Mariana de Alcoforado: “Cartas de amor de la monja portuguesa, Primera carta",
en Vélez Pareja, Ignacio: El Hábito de la Pasión. Cartas de Amor de sor Mariana,
Bogotá, Altavir ediciones, 1996, p. 59.

lunes, 23 de marzo de 2015

Tarde ventosa.
Ondea la etiqueta
del perro de felpa.

domingo, 22 de marzo de 2015

Noche tranquila.
La alcoba perfumada
de aromas tibios.

sábado, 21 de marzo de 2015

Felicidad clandestina, Clarisce Líspector

«[...] Cuando llegué a casa no me puse a leer. Fingía que no tenía el libro, sólo para después tener el sobresalto de tenerlo. Horas después lo abrí, leí algunas frases maravillosas, lo cerré de nuevo, me puse a dar vueltas por la casa, demoré todavía más yendo a comer pan con manteca, fingía que no sabía dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría durante unos segundos. Creaba las más falsas dificultades para aquella cosa clandestina que era la felicidad. [...]»


Clarice Líspector, "Felicidad clandestina",



Vierto
agua tibia.
Escurre la arena
pegada a tu piel
bajo el bañador …


martes, 17 de marzo de 2015

Flores cortadas.
De afuera hacia adentro
caen los pétalos.

jueves, 12 de marzo de 2015

Balún Canán, Rosario Castellanos



«[…] Matilde se incoporaba, sentándose en la orilla de lecho y allí, con el rostro hundido entre las manos, repetía en voz alta, como esperando que alguien la contradijera:
—No voy a poder pasar este día.
Porque el día estaba erguido frente a ella como un árbol enorme que era necesario derribar. Y ella no tenía más que un hacha pequeña, con el filo mellado. El primer hachazo: levantarse. Algo que no era ella, que no era su voluntad, (porque su voluntad no deseaba más que morir), la ponía en pie. Como sonámbula, Matilde daba un paso, otro, a través de la habitación. Vistiéndose, peinándose. Y después, abrir la puerta, decir buenos días, sonreír con una sonrisa más triste que las lágrimas.»


Castellanos, Rosario: Balún Canán,
México, F.C.E (Colección popular 92), 1987[1957], p. 138.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Siesta de tarde.
El pelaje tricolor
iluminado.


viernes, 6 de marzo de 2015

Olor a encierro.
La luz tempranera
en las sandalias.