De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Y otra ronda de cuentuitos...


Pigmalion y Galatea,
pintura de Ivan Viktorovich Parhomenko
tomada de http://www.arthit.ru/surrealism/0027/surrealism-7.html

Pigmalión tuvo que buscarse otro oficio. Galatea le prohibió empuñar un cincel de nuevo.

"Si aceptas ese empleo, me voy" le gritó Galatea a Pigmalión cuando le ofrecieron un contrato como diseñador de muñecas inflables.

Pigmalión no llevaba a Galatea al médico, sino con al restaurador.
Galatea insistía en posar para los aprendices de Pigmalión. Él se moría de celos.

Tras romper con Galatea, Pigmalión cambio de religión para entender el mito de la Estatua de Sal.

Galatea no hacía más que torturar a Pigmalión diciéndole que iría a que un cirujano plástico le corrigiera la nariz

A pesar de que se desvivía por complacerla, Pigmalión nunca llegó a ablandar el corazón de Galatea.
"Te quiero", le dijo Pigmalión a Galatea. "Entonces, escúlpeme de nuevo en hielo y cera", le exigió.
Galatea no veía telenovelas. Le bastaba hojear los cuadernos de bocetos de Pigmalión.