De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

jueves, 26 de abril de 2018

Espera a ver, Edith Pearlman


«Entonces la besó, y ella le acarició la cadera con la rodilla, gesto que no puede efectuarse si ambos participantes no están acostados de lado y frente a frente. Y estaban acostados de lado y frente a frente —con Lyle en el colegio— y por tanto la caricia imposible en otras circunstancias ahora sí era posible, probable, necesaria, inevitable, aunque quién habría querido evitar el profundo estremecimiento que ambos sintieron cuando se saludaron sus articulaciones. Luego, Marcus entró en aquella encantadora mujer.»

Pearlman, Edith: “Espera a ver”, en Miel del desierto.
México, 1917, Alianza Editorial (alianza de novelas), p. 227.

miércoles, 11 de abril de 2018

Miel del desierto, Edith Pearlman


« […] “Mi Conseguidora de Guardia”, decía él más tarde, lamiéndole la parte baja de la barbilla, los labios exteriores, el hueco de las rodillas; y cada vez que él la lamía, donde fuera, sus volatineros interiores se ponían a dar volteretas, sin parar, hasta unirse en un orgasmo estremecedor. La rapidez del efecto era la misma si le lamía el lóbulo de la oreja en un taxi. Jamie dijo que un año más tarde se le ocurrió que su lengua, su propia lengua, también podía desempeñar tan práctico oficio, y, sola en un ascensor, apretó la cara interna de la muñeca contra sus labios abiertos y conoció la sal de su piel y la fibra de sus tendones, mmm, ah. »

Pearlman, Edith: “Su prima Jamie”,
en Miel del desierto, México, Alianza Editorial (AdeN Alianza de novelas), 2017, p. 81.