« […] “Mi Conseguidora de Guardia”, decía él más tarde, lamiéndole la parte baja de la barbilla, los labios exteriores, el hueco de las rodillas; y cada vez que él la lamía, donde fuera, sus volatineros interiores se ponían a dar volteretas, sin parar, hasta unirse en un orgasmo estremecedor. La rapidez del efecto era la misma si le lamía el lóbulo de la oreja en un taxi. Jamie dijo que un año más tarde se le ocurrió que su lengua, su propia lengua, también podía desempeñar tan práctico oficio, y, sola en un ascensor, apretó la cara interna de la muñeca contra sus labios abiertos y conoció la sal de su piel y la fibra de sus tendones, mmm, ah. »
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