De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

martes, 28 de enero de 2014



«          –Es raro, ¿no? –dijo–. Que alguien que practica kendo escuche rock. No sé, es que las dos cosas dan una imagen tan distinta.

            –En kendo, cuando le das un golpe en la careta al contrario, te sientes bien. Te quedas como muy relajado. Y lo mismo te pasa cuando escuchas rock, ¿sabes?

            –¿Y tú no te sientes bien siempre?

            –¿Tú sí?

            –Es que yo eso de sentirse bien no lo acabo de entender.

            Lo cierto es que yo tampoco. »


Katayama, Kyoichi:
Un grito de amor desde el centro del mundo,
México, Alfaguara, 2013, p. 17.

miércoles, 22 de enero de 2014

Por la mañana
El Arte de la Guerra
aún en el buró.

lunes, 20 de enero de 2014



«Qué suerte tenéis vosotros. Decía siempre su abuela.
            Después no decía nada, porque, al echar una ojeada en derredor, sólo veía miradas oblicuas de su nieto Gino y de su hija Armida.
            “Qué suerte tenéis”, era el comentario por aquellos platos abundantes.
            Por aquella comida de grandes señores.
            ¡No empieces otra vez!, intervenía su hija, la madre de Gino, parece que añoras el hambre. Añadía.
            Quería decir que parecía tener nostalgia de los tiempos de escasez.
            Come y disfruta. Concluía.
            Con que la vieja dejaba de hablar.
            Y miraba comer. Pues habían seguido siendo campesinos hambrientos, con la cabeza hundida en el plato hasta casi tocar la comida con la frente.
            Y se preguntaba si aquel postrarse sobre los alimentos era el precio pagado por el bienestar.
            Como el permanente inclinarse antes las peticiones del mundo.
            Pues ahora de la televisión salía el mundo como debería haber sido.
            Y legislaba, daba orientaciones, determinaba quién contaba y quién no.
            Con que aquellos nietos sanos, hartos, daban la impresión de una derrota, de un sometimiento sin siquiera la sospecha de la reclusión.»


Fois, Marcello: GAP,
Madrid, Espasa Calpe (Narrativa), 2001, pp. 78-79.

miércoles, 15 de enero de 2014

Despertar tardío.
Se secó el charquito
que veía la luna.

domingo, 12 de enero de 2014

«[...] Rossella tiene un sobresalto todas las veces que los faros de un coche iluminan la casa blanca al otro lado de la carretera. Sabe que desde aquel punto son invisibles, tapados como están por la fila de cipreses, pero eso no la tranquiilza. Tiene prisa por sentirlo correrse. Las medias se han desgarrado.
Me has desgarrado las medias, dice, al tiempo que lo estrecha como si fuera el palo de la cucaña.
Lo habías prometido, susurra él con voz estrangulada.
Lo habías prometido: ni medias ni bragas.
Está entregado a su afán como un niño a un dibujo. Traza líneas claras bajo la ropa de ella. Líneas que van de las axilas a los costados, a los glúteos. Y tiene las manos ardientes.

Rosella cierra los ojos. [...]»


Fois, Marcello: GAP,  Madrid, Espasa (Narrativa), 2001, p. 19.

sábado, 11 de enero de 2014

regresando a la infancia

De niño (aún me acuerdo) me gustaban mucho los sacapuntas que hacían "esculturitas" en la punta de los lápices, ¡y acabo de descubrir que tengo uno!

Recuento autobiográfico:

Después de la preparatoria me habitué a escribir con portaminas porque me sudaban las manos y al sacar punta hacía un batidero... Los lápices pasaron al cajón de los recuerdos, porque hasta para mi chamba de editor usaba minas de colores. Y ahorita no encontré un bendito portaminas en toda la casa, jeje