De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

viernes, 29 de junio de 2012

Entrada No. 200! *

Café y libros. / Se detiene la lluvia / en los cristales.


* Ésta es la entrada número 200 de este Rincón Amansalocos.
Había pensado escribir una entrada alusiva, pero mejor no...
Sólo dejo un abrazo y agradecimiento a todos
los cibernautas que aterrizan por aquí.

¡Muchas Gracias por leerme!

jueves, 28 de junio de 2012

"La hija del Caníbal"


Montero, Rosa:
La hija del Caníbal, México, 2010,
Santillana (Punto de Lectura 14), pp. 64-65.


« [...] Todo esto que acabo de relatar me ha sucedido a mí, pero podría haberle ocurrido a otra persona: resulta que a menudo los recuerdos propios nos parecen ajenos. Ignoro de qué sustancia extraordinaria está confeccionada la identidad, pero es un tejido discontinuo que zurcimos a fuerza de voluntad y de memoria. ¿Quién fue, por ejemplo, la niña que yo fui? ¿Dónde se ha quedado, qué pensaría de mí si ahora me viera? Tampoco mi cuerpo sigue siendo el mismo: no sé dónde leí que cada siete años renovamos todas las células de nuestro organismo. Así es que ni siquiera mis huesos, de los que hubiera esperado cierta contumacia y continuidad, son presencias fiables en el tiempo. Desde el astrágalo del pie al diminuto estribo del oído, todos esos huesecillos y huesazos han ido mutando con las décadas. Nada hoy hay en mí que sea igual a la Lucía de hace veinte años. Nada, salvo el empeño de creerme la misma. Esa voluntad de ser es lo que los burócratas llaman identidad; o lo que los creyentes llaman alma. Yo me imagino a la pobre alma como una sombra flojamente entretejida en el vapor de una tela de araña; y esa sombra se aferraría con dedos transparentes a las células vertiginosas de la carne (células veloces que mueren y que nacen a toda prisa) intentando mantener la continuidad, de igual manera que una vasija, puesta debajo de un grifo y rebosante de agua, impone en el líquido una misma forma, aunque el agua que contenga sea siempre distinta. O sea que, bien mirados, los humanos no somos otra cosa que una especie de botijos rebosantes.»

lunes, 25 de junio de 2012

De la docena / sólo quedan tres rosas / en el florero.


sábado, 23 de junio de 2012

Mudo custodio./
Sello de telarañas /
en la ventana.

viernes, 22 de junio de 2012

Descoloridas
por la lluvia de ayer
las flores caídas

jueves, 21 de junio de 2012

Retintinea
la primera moneda
en la alcancía.

sábado, 16 de junio de 2012

Mediodía gris.
Sartal de gotitas
en el alero.


sábado, 9 de junio de 2012

... sueños guajiros


Hace tiempo mencionaba acá una crítica demoledora sobre un texto,
mencionando que esperaba que nunca nadie se refiriera a un trabajo mío de esa manera.
Ahora pongo la contraparte. ¿Será muy presuntuoso pretender escribir alguna vez algo que merezca una opinión de este tipo?

«A primera vista, el texto era simple y llano, sin embargo, leyéndolo con atención, uno se daba cuenta de que había sido elaborado y arreglado de forma escrupulosa. No sobraba nada y, al mismo tiempo, habían escrito todo lo necesario. Aunque las expresiones calificativas eran reducidas, las descripciones eran precisas y ricas en matices. Y en el texto se percibía, sobre todo, una especie de musicalidad extraordinaria. El lector podía captar ese eco profundo aunque no leyera en voz alta.»

Murakami, Haruki:
1Q84, (Libro 2) Tusquets editores, 2009, p. 615.

Bolsa de dulces.
Por un agujerito
entran hormigas.

viernes, 8 de junio de 2012

Historia del rey transparente


Recuerdo pocos libros cuyo primer párrafo
me haya apasionado tanto como éste:

Montero, Rosa:
Historia del rey transparente
México, Alfaguara, 2005, pp. 12-13.

«Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre. He visto en mi vida cosas maravillosas. He hecho en mi vida cosas maravillosas. Durante algún tiempo, el mundo fue un milagro. Luego regresó la oscuridad. La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste contra la puerta. Un sólido portón de metal y madera que no tardará en hacerse trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada. Vienen a por nosotras. Las Buenas Mujeres rezan. Yo escribo. Es mi mayor victoria, mi conquista, el don del que me siento más orgullosa; y aunque las palabras están siendo devoradas por el gran silencio, hoy constituyen mi única arma. La tinta retiembla en el tintero con los golpes, también ella asustada. Su superficie se riza como la de un pequeño lago tenebroso. Pero luego se aquieta extrañamente. Levanto la cabeza esperando un envite que no llega. El ariete ha parado. Las Perfectas también han detenido el zumbido de sus oraciones. ¿Acaso han logrado acceder al castillo los cruzados? Me creía preparada para este momento pero no lo estoy: la sangre se me esconde en las venas más hondas. Palidezco, toda yo entumecida por los fríos del miedo. Pero no, no han entrado: hubiéramos oído el estruendo de la puerta al desgajarse, el derrumbe de los sacos de arena con que la reforzamos, los pasos presurosos de los depredadores al subir la escalera. Las Buenas Mujeres escuchan. Yo también. Tintinean los hombres de hierro bajo las troneras de nuestra fortaleza. Se retiran. Sí, se están retirando. Al sol le falta muy poco para ocultarse y deben de preferir celebrar su victoria a la luz del día. No necesitan apresurarse: nosotras no podemos escapar y no existe nadie que pueda ayudarnos. Dios nos ha concedido una noche más. Una larga noche. Tengo todas las velas de la despensa a mi disposición, puesto que ya no las vamos a necesitar. Enciendo una, enciendo tres, enciendo cinco. El cuarto se ilumina con hermosos resplandores de palacio. ¡Y pensar que nos hemos pasado todo el invierno a oscuras para no gastarlas! Las Buenas Mujeres vuelven a bisbisear sus Padrenuestros. Yo mojo la pluma en la tinta quieta. Me tiembla tanto la mano que desencadeno una marejada.»

miércoles, 6 de junio de 2012

Viernes


Heinlein, Robert A.:
Viernes, Ultramar Editores, Barcelona, 1983, pp. 283-284.

«[…] Quiero mencionar uno de los síntomas obvios [de una cultura enferma]: la violencia. Asaltos callejeros. Francotiradores. Pirómanos. Bombas. Terrorismo de cualquier clase. Disturbios, por supuesto... pero sospecho que los pequeños incidentes de violencia, picoteando a la gente día tras día, dañan a una cultura incluso más que los disturbios que surgen de pronto y se apagan en seguida. Creo que eso es todo por ahora. Oh, reclutamientos y esclavismo y las compulsiones arbitrarias de todo tipo y la prisión sin fianza y sin un juicio rápido... pero esas cosas son obvias; todas las historias las listan.

--Viernes, creo que has olvidado el síntoma más alarmante de todos.
--¿De veras? ¿Vas a decírmelo? ¿O debo tantear en la oscuridad buscándolo?
--Hummm. Esta vez te lo diré. Pero luego búscalo. Examínalo. Las culturas enfermas muestran un complejo de síntomas tales como los que has nombrado... pero una cultura agonizante exhibe invariablemente una rudeza personal. Malos modales. Falta de consideración hacia los demás en asuntos sin importancia. Una pérdida de educación, de modales gentiles, es más significativo que un disturbio.
--¿Realmente?
--Uf. Hubiera debido obligarte a descubrirlo por ti misma; entonces te hubieras dado cuenta. Este síntoma es especialmente serio en tanto que ningún individuo piensa nunca en él como una señal de mala salud sino como prueba de su fuerza. Míralo. Estúdialo. Viernes, es demasiado tarde para salvar a esta cultura... esta cultura mundial, no sólo el fenómeno que tenemos aquí en California. Por consiguiente debemos empezar a preparar ya los monasterios para la próxima Edad Oscura. Las grabaciones electrónicas son demasiado frágiles; debemos tener de nuevo libros, hechos con tinta estable y papel resistente. Pero puede que eso no sea suficiente. La reserva para el próximo renacimiento puede que tenga que venir de más allá del cielo. […] »

... y pensar que esto fue escrito hace treinta años, antes del bulling y otros fenómenos tan de moda que me hacen sentir que vivo en el mundo de Naranja Mecánica...

lunes, 4 de junio de 2012

Carita feliz 
del niño que se prueba 
zapatos nuevos.