De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

domingo, 31 de enero de 2016

La misteriosa llama de la reina Loana, Umberto Eco



«En el baño me vi en el espejo,. Por lo menos, estaba bastante seguro de que era yo porque los espejos, ya se sabe, reflejan lo que tienen delante. Una cara blanca y hundida, con la barba larga, un par de ojeras tamaño natural. Qué bien vamos, no sé quién soy y descubro que soy un monstruo. No me gustaría toparme conmigo por la noche en una calle desierta. […]
–Parece que aquí hay una persona normal –observé–, lo que pasa es que a lo mejor no soy yo.»

Eco, Umberto: La misteriosa llama de la reina Loana.
México, Random House Mondadori, (Debolsillo, Novela ilustrada) 2006, pp. 16-17.

lunes, 25 de enero de 2016

Gogol, siempre Gogol (Las almas muertas)



«—Me da envidia oírle—dijo el visitante.—Enséñeme a divertirme como lo hace usted.
—¿Por qué estar aburrido? ¡Caramba¡—respondió el caballero gordo.
—¿Por qué estar aburrido? Porque la vida es aburrida.
—No come usted lo bastante, eso es todo. Debía probar el efecto de una comida adecuada. Es una nueva moda que han inventado, eso de aburrirse; en otros tiempos, nadie se aburría.
—¡Basta de jactancias! ¿Quiere usted decirme que nunca se ha sentido aburrido?
—¡Nunca en mi vida! No sé cómo es, pues yo no tengo tiempo para aburrirme. Uno se despierta por la mañana: se ha de tomar el té, ¿sabe?, y luego hay que hablar con el administrador; después voy a pescar y ya es hora de comer; después de la comida, apenas si le queda a uno un rato para la siesta cuando viene la cena, y luego sube el cocinero y tengo que darle órdenes para la comida del día siguiente. ¿Qué tiempo me queda para aburrirme?»


Gogol, Nicolás: Las almas muertas,
Libro II, Cap. 3

martes, 19 de enero de 2016

Insisto en que Gogol me retrata...



«Unas dos horas antes de la de la comida, Andrey Ivanovitch entraba en su escritorio para ponerse a trabajar seriamente, y seria era, por cierto, su ocupación. Consistía en meditar una obra que había estado considerando desde hacía mucho tiempo. Esta obra había de ser […] en fin, una obra de tremenda transcendencia. Pero hasta ahora la colosal empresa no había pasado de la etapa de las meditaciones: la pluma se mordía, aparecían en el papel unos bosquejos, y después se dejaba todo a un lado, sustituyéndose por un libro que ya no había de soltarse hasta la hora de comer. El libro se leía con la sopa, con el asado y la salsa, y aun con el pudín y, por consiguiente, algunos platos se enfriaban y otros se devolvían sin probar. Luego aparecía el café, que se saboreaba con la pipa, y, por fin, Andrey Ivanovitch jugaba consigo mismo un partido de ajedrez. Qué hacía después hasta la hora de cenar, es verdaderamente difícil determinarlo. Creo que sencillamente no hacía nada.»


Nicolás Gogol, "Las almas muertas".
Libro II, Cap. 1

jueves, 7 de enero de 2016

Y yo así, todos los días,



... en modo “Felipito el de Mafalda”…


«–¡Ah, son las doce! –exclamó Chichikov por fin, consultando su reloj. –¿Por qué estoy perdiendo el tiempo de este modo? Menos mal si estuviera haciendo algo útil, pero primero me pongo a inventar unas  historias fantásticas y luego me entrego al ensueño. ¡Qué tonto soy, de verdad!»


Gogol, Nicolás: Las almas muertas, cap. VII.