De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

martes, 20 de febrero de 2024

Tradutore traditore...

«[...] es una traducción que ofrezco con humildad, advirtiendo que, evidentemente, toda traducción de Alicia ha de estar cargada de un algo grado de impresiones subjetivas [...] Si el resultado gusta, vale; y si no, lo siento, mis razones he tendido para traducirlo así.»

Nota del traductor (Jaime  de Ojeda) de
Alicia en el país de las maravillas

martes, 13 de febrero de 2024

Siete mil maneras de escuchar, Mark Nepo

 « [...] las historias son y han sido siempre el tejido conectivo de la humanidad. Siempre que ansiamos pertenecer estamos ansiando un relato. Si nos detenemos con franqueza en cualquier momento determinado, se nos revelará una historia.»
NEPO, Mark: Siete mil maneras de escuchar.
México, Aguilar, 2013, p. 218.

viernes, 2 de febrero de 2024

Jerzy Andrzejewski, "Cenizas y diamantes"

 « Había consentido toda esa historia tentada sólo por el capricho de una aventura fugaz y sin importancia. Había querido acostarse por una noche con un chico guapo y extraño . Eso era todo. ¡Le había parecido una excelente pareja! Había pensado que se mostraría cínico, seguro de sí mismo y bastante vulgar y que la trataría un poco como a una cualquiera. En cambio, resultaba tímido en su apasionamiento juvenil, delicado y cariñoso.
El silencio, que se prolongaba demasiado, empezó a molestarle a Krystyna [...]»

ANDRZEJEWSKI, Jerzy: Cenizas y diamantes.
Barcelona, Bruguera (Narradores de hoy). 1985, p. 286.

jueves, 1 de febrero de 2024

Cenizas y diamantes, Jerzy Andrzejewki

 «[...] Y, sobre todo, ese cuerpo que tenía entre sus brazos. Podía distinguir en la oscuridad el dibujo exiguo de sus formas. Lo había poseído antes de que le diera tiempo de conocerlo. Sin embargo, no le era extraño. Parecía una ola suave e inmóvil de brillos y sombras. Bastaba un solo movimiento de su mano para volver a comprobar la ternura de aquella piel y para devolver a esos brillos y sombras, como sacados de un sueño, su forma viva y corporal. No obstante, no hizo ese movimiento.»

ANDRZEJEWSKI, Jerzy: Cenizas y diamantes.
Barcelona, Bruguera (Narradores de hoy). 1985, p. 284.