« […] El autor, por consiguiente, casi no ha creído que valga la pena empalizar su relato con un especie de cerco de acero constituido por la moraleja –o, en otros términos, clavarlo con un alfiler como a una mapiposa– privándolo de vida y haciéndole asumir una postura tiesa, desgarbada, carente de naturalidad. Lo cierto es que una elevada verdad, primorosa y hábilmente elaborada, cuyo brillo aumenta sin cesar y que corona el desarrollo final de una obra de ficción, puede contribuir a su gloria artística, pero nunca es más verdadera, y rara vez mas obvia, en la última página que en la primera.[… el autor] confía en que no habrá de creésele imperdonablemente nocivo por haber trazado una calle sin violar los derechos de nadie, ocupado una parcela sin propietario conocido y edificado una casa con materias que desde hace tiempo atrás se emplearan para construir castillos en el aire. […]»