De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

lunes, 31 de agosto de 2015

La memoria del amor, Aminatta Forna



« […] A medida que se acercan algunos pacientes empiezan a agitarse. Ileana se detiene frente a una cama alta de hierro y lo mismo hace Adrian. En la cama un hombre acostado de lado, su cabeza descansando sobre una almohada sin funda.



–Hola, John, ¿cómo estás?



Al oír su voz, el hombre se arrastra para darse la vuelta y ponerse de cara a ellos.



–Estoy bien, doctora  responde y empieza a incorporarse lentamente–. ¿Cómo está usted?

–Bien, gracias, John. Hoy he venido con alguien. Otro médico, de Inglaterra. Le gustaría conocer cosas sobre nosotros.



El hombre de la cama vuelve la cabeza para poder ver a Adrian, al mismo tiempo que consigue sentarse. Hay un sonido intermitente de roce de metal sobre metal. El ruido suena tremendo en el silencio de la sala. Cuando se ha enderezado, el hombre extiende las manos y el ruido se inicia de nuevo, como de algo que se desovilla. Por algún motivo le hace pensar a Adrian en barcos. Baja la vista hacia las manos del hombre: muñecas envueltas en trapos, esposas metálicas, manos unidas en señal de saludo. El sonido se detiene de pronto, dejando en el aire un débil zumbido, cuando el hombre de la cama deja a la vista toda la longitud de sus cadenas.»


Forna, Aminatta: La memoria del amor,
México, Alfaguara, 2010, p. 106.

jueves, 20 de agosto de 2015

Aminatta Forna, La memoria del amor

«–Baila conmigo –dije, pues era la idea que dominaba mi cabeza. No podía pensar en nada más hasta expresar aquel único pensamiento.
            Y bailamos. Bailó conmigo como si aquel acto exigiese concentración. O tal ver fuera sólo el ron, tal vez se le había subido a la cabeza, aunque con el efecto de obligarla a concentrarse más que relajarla. Su mano en mi hombro. Mi mano en su cintura. Me la imaginaba más alta. Entre nuestros cuerpos, escasos centímetros de aire caliente. Mantuvo en todo momento la vista apartada de mí.»

Forna, Aminatta:
La memoria del amor, 2010, Alfaguara, p. 60.

domingo, 9 de agosto de 2015

Kenzaburo Oé en El grito silencioso



« […] muy apenado, y tras decir estas palabras guardé silencio. Aunque el monje también calló, como si aceptara lo que le había dicho, para entonces yo ya veía claro que la expresión de placidez y respetabilidad que mostraba simpre su cara no era más que una máscara que ocultaba su verdadera personalidad, hipócrita y porfiada. […] Guardaba silencio porque le daba pena mi abatimiento, pero no porque compartiera mis opiniones.»


, Kenzaburo: El grito silencioso, 
Barcelona, Anagrama (Colección Compactos), 
2013, p. 252.