«–Baila
conmigo –dije, pues era la idea que dominaba mi cabeza. No podía pensar en nada
más hasta expresar aquel único pensamiento.
Y bailamos. Bailó conmigo como si
aquel acto exigiese concentración. O tal ver fuera sólo el ron, tal vez se le
había subido a la cabeza, aunque con el efecto de obligarla a concentrarse más
que relajarla. Su mano en mi hombro. Mi mano en su cintura. Me la imaginaba más
alta. Entre nuestros cuerpos, escasos centímetros de aire caliente. Mantuvo en
todo momento la vista apartada de mí.»
Forna,
Aminatta:
La memoria del amor, 2010, Alfaguara, p. 60.
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