De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

viernes, 31 de julio de 2009

Bichos

(nota introductoria: me había propuesto no refritearme algunos textos míos publicados en otros lados --éste lo subí a Predicado.com en octubre del 2003--. Sin embargo, me he enterado que "Bichos" fue distribuido en una secundaria veracruzana como medida preventiva contra los ataques de enjambres, y que al menos a varios alumnos les sirvió para evitar ser picados por abejas africanizadas. Así que, con toda la presunción del mundo, lo republico ahora, para que quede constancia al mundo que al menos algo de lo que escribí sirvió para algo bueno, jeje)


A muchos les extraña mi tolerancia hacia los bichos. No es mera indiferencia: es una complicidad que trasciende mi respeto y amistad por la vida (bueno, moscas, cucarachas, alacranes y parásitos sí están proscritos).

Me divierten quienes no conciben cómo puedo trabajar frente a un escritorio donde anidan avispas cazadoras: una es azul, con antenas amarillas; la otra, la pequeña, luce alas anaranjadas sobre su cuerpo verde metálico. Me refrescan con su aleteo y no es raro que se posen en mi pelo.

Sí, me lo han advertido, sé que la picadura debe ser dolorosa y que hay personas a quienes les daña como la ponzoña del alacrán amarillo, pero no me distraen. Hasta me entretienen sus afanes mientras pienso que por vivir junto a las bocinas ya les agrada la música setentera. Ah, y aprendimos a no chocar. A veces logro adelantarme a mis perros antes de que desmembren tarántulas y alimañas, y las libero donde vivan en paz, lejos de la casa para que no vengan a presagiar temblores.

No siempre he pensado igual ni cambié gradualmente. Fue en un momento, aunque una hora entre abejas africanas difícilmente puede ser tenido como “un momento”. Empezaba a caer la tarde; atrasados ya en un recorrido de verificación topográfica a campo traviesa, teníamos pendiente un solo punto de los programados para el día. No tocarlo significaría perder toda la jornada siguiente nada más para regresar al lugar.

La decisión, tan rápida como imprudente, fue atajar unos cuatrocientos metros vadeando una cañada que no parecía agreste: árboles dispersos entre peñascos grandes rodeados de los densos abrojos que nos venían fastidiado manos y cara. Una vez tomado el rumbo a través del “sendero” más prometedor, iniciamos el descenso, yo el veterano por delante, sin más complicaciones que una profundidad mayor a la indicada en el mapa. Al acercarme a la otra orilla algo percibí que me hizo alertar a mis compañeros: “¡Abejas!”.

Afortunadamente para ellos, cuando oyeron mi advertencia apenas empezaban a bajar y desandaron fácilmente su camino. A mí, entre los zumbidos y el dolor de los primeros piquetes, sólo se me ocurrió pensar cuán extraño era que no había visto una nubecita bien definida y palpitante como los enjambres de Winni Pooh mientras me percataba que no tenía la mínima posibilidad de escape: los peñascos eran ahora paredes de gran altura y los espinos impedirían correr hacia ningún lugar.

Claro que este cuadro la verbalicé después, armando imágenes dispersas. Ante la emergencia, el instinto estaba al mando y lo siguiente que recuerdo es que encontré acomodo en menos de medio metro cuadrado entre dos piedras asumiendo una posición que el mandril más sumiso consideraría indigna. Para mi buena suerte, pese al calor la vegetación nos había impuesto vestir ropa muy gruesa, de forma que sólo llevaba al descubierto la cara, las manos y... las orejas, ¡cómo duelen los aguijonazos en las orejas! Antes había vivido momentos difíciles: miedos tan intensos, de esos que paralizan y sólo se acierta a percibir el frío que corre por la médula; dolores tan fuertes que se empieza a pensar si no convendría morir antes que soportarlos. Pero miedo y dolor juntos, nunca.

No vi desplegarse mi vida en un instante, sino que la conciencia se me partió en varios canales, todos pugnando por imponerse: En uno se transmitían varias historias sobre hombres y bestias muertos por abejas, al tiempo que una señal “en off” me urgía a recordar cuántas picaduras puede soportar un ser humano en poco tiempo. Por otro lado escuchaba reclamos: “espero que no hayas perdido la libreta, burro. ¿Para qué la traías en la mano?”, o “¡Cómo eres cretino!, si no hubieras dejado de fumar traerías un encendedor y harías humo”.

Pero las voces más angustiantes evocaban a mi familia recibiendo la noticia. Y fue esa imagen tan dolorosa la que llevó a mi yo racional a asumir el control. Total, faltaban unas tres horas para el anochecer y confiando en la conseja de que las abejas no vuelan de noche, acerté a decidir que esperar era la única opción. Así que conseguí hacer caso omiso de los zumbidos y, para pasar el tiempo, me dediqué a contarme las picaduras, tarea que había que recomenzar tras cada acometida. Además, es difícil distinguir dolores individuales en medio de dedos, orejas y nuca inflamados; nunca logré pasar de diecisiete, aunque al día siguiente aún me quitaba aguijones de entre el nacimiento del pelo.

Después me enteré que la lucidez a la que me aferré no era tanta, porque no recuerdo haber avisado que estaba bien pero que no me podía mover, y aún para dar algunas instrucciones, aunque sí me llegué a preguntar si el sonido de mi voz o cualquier otro aumentaría la furia del ataque. Total, cuando amainó el volumen del enjambre me empecé a mover, torpemente al principio, pues estaba entumido. Pronto aprendí a no interferir la trayectoria de vuelo de ningún insecto y así escalé, muy lentamente, hasta ponerme a salvo.

Por eso es que tolero a los bichos, me enseñaron muchas cosas. Por eso es que me gusta la vida, que haya vida y que yo esté vivo aún, y que me conozca facetas de mí mismo que nunca hubiera imaginado.

miércoles, 29 de julio de 2009

Vejez

Desde su casa
un perro anciano ve
andar al amo

miércoles, 22 de julio de 2009

¿Será posible?



(es bueno ver este video en pantalla completa)

viernes, 17 de julio de 2009

Sobre mexicanismos:
la palabra 'mero'

Uno de las ventajas de la aldea global de Internet es que al acercarnos a hispanoparlantes de otras latitudes, nos percatamos de muchas peculiaridades de nuestras hablas que por cotidianas nos pasan inadvertidas.

Así, como el personaje de Moliere que hablaba en prosa sin saberlo, me acabo de enterar que sólo en México la palabra "mero" es tan polisémica y cargada de matices.

Mantengo amistad con muchos venezolanos; al principio pasábamos bastante tiempo preguntándonos el significado de muchas palabras hasta que construimos un léxico común y neutro. A través de una amiga, venezolana de origen nicaragüense, que conoce tanto el vocabulario centroamericano (más similar al habla mexicana) como el sudamericano, caí en la cuenta de cuántos usos distintos damos a la palabra en cuestión:

Además de su función como sustantivo para denotar ese pez tan sabroso como grande, en México usamos "mero" en los siguientes casos.

1. En algunas regiones, como la Tierra Caliente de Guerrero y Michoacán, significa lo mismo que "muy": "Eso es mero bonito".

2. Como adverbio: Exactamente, precisamente, justamente. Ejemplo, se contesta: "Eso mero", cuando alguien acierta en una descripción o diagnóstico. Otro ejemplo: "ése mero fue el que se robó los panes". "Comenzó a estudiar el mero día del examen".

3. Locución adverbial: "El mero mero", o sea, el más importante o principal de una categoría. "Fulano es el mero mero en eso" = es el que más sabe, el jefe.

4. Locución adverbial: "ya mero" = En un tris, a punto de: "¿Ya mero vienes?" = ¿vendrás pronto?, generalmente usada para denotar urgencia. Incluso lo usamos como diminutivo: "Ya merito acabo".

5. "Yo mero" = yo mismo, usada generalmente para presumir o con orgullo... "¿quién arregló la tubería?" "¡Yo mero!"

p.d. olvidé otros usos:
6. Denota incredulidad ante una afirmación recibida. Ejemplo: "Dijo que mañana viene y te paga", "Ya mero".

7. Igual que "casi": "Por merito y pierde el partido".

martes, 7 de julio de 2009

Y si no es ahora, ¿cuándo?


Estoy por cometer una falta de respeto para mis lectores: intentar reseñar un libro cuando apenas llevo leídas sesenta páginas. Y eso se debe a que estoy frente a un libro cautivador, de esos que invitan a releer varias veces cada párrafo, e incluso de volver atrás para volver a deleitarse con algunos pasajes. En mi descargo, iré publicando mis impresiones sobre la obra conforme vaya avanzando.

El rabino Marcelo Ritter, líder de la comunidad Bet-El mexicana, ha escrito
Y si no es ahora, ¿cuándo? sobre la urgencia de vivir la vida, un libro que sería fácil etiquetar como otra obra más de auto ayuda. Pero es una obra que se sitúa más en la tradición de Anthony de Mello. Más en la tradición de apelar a la sensibilidad del lector situándolo en el curso de las grandes corrientes que han producido nuestra cultura. Y, por lo tanto, menos en la línea más "mercantil" (a mi gusto) de autores como Coelho, Osho o Chopra.

La breve reseña de la contraportada no acierta a captar la esencia de la obra: «Es un manantial donde confluyen reflexiones, pensamientos, historias reales, ideas y sentimientos que te ayudarán a tener una vida que refleje la santidad del tiempo y un tiempo que refleje la santidad de tu vida; a que des a tu camino un sentido, un propósito.»
Y si no es ahora, ¿cuándo? no es una mera colección de frases "inspiradoras" y lugares comunes sobre historias personales de "éxitos". En vez de eso, invita a la reflexión constante. Desde proponer lecturas alternativas al despertar de Gregorio Samsa hasta llamar al lector a que disculpe a Dios... "por haber creado un mundo imperfecto, ... un mundo de seres humanos con defectos humanos". Un libro muy recomendable para todos los que aspiran a vivir una vida plena.

RITTNER, Marcelo. Y si no es ahora, ¿cuándo?
Ed. Debols!illo. México. 2008

viernes, 3 de julio de 2009

amor entre espinas

Macho y hembra
sobre una acacia
generan vida