De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

lunes, 20 de enero de 2014



«Qué suerte tenéis vosotros. Decía siempre su abuela.
            Después no decía nada, porque, al echar una ojeada en derredor, sólo veía miradas oblicuas de su nieto Gino y de su hija Armida.
            “Qué suerte tenéis”, era el comentario por aquellos platos abundantes.
            Por aquella comida de grandes señores.
            ¡No empieces otra vez!, intervenía su hija, la madre de Gino, parece que añoras el hambre. Añadía.
            Quería decir que parecía tener nostalgia de los tiempos de escasez.
            Come y disfruta. Concluía.
            Con que la vieja dejaba de hablar.
            Y miraba comer. Pues habían seguido siendo campesinos hambrientos, con la cabeza hundida en el plato hasta casi tocar la comida con la frente.
            Y se preguntaba si aquel postrarse sobre los alimentos era el precio pagado por el bienestar.
            Como el permanente inclinarse antes las peticiones del mundo.
            Pues ahora de la televisión salía el mundo como debería haber sido.
            Y legislaba, daba orientaciones, determinaba quién contaba y quién no.
            Con que aquellos nietos sanos, hartos, daban la impresión de una derrota, de un sometimiento sin siquiera la sospecha de la reclusión.»


Fois, Marcello: GAP,
Madrid, Espasa Calpe (Narrativa), 2001, pp. 78-79.

1 comentario:

Unknown dijo...

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