« --Mi hija siente una gran pasión por el mundo, señora, pero lo reconozco: con frecuencia desdeña la forma en que el mundo se presenta ante ella. Siempre decía que había algo fuera de su alcance. Lo llamaba “la eternidad fugaz”. […] desde pequeña deseó vivir fuera de los límites del tiempo medido. Siempre díscola, siempre curiosa. Se burlaba de la gente que se aferra a sus relojes, que quiere tenerlo todo ordenado. [ ... ] Decía que lo hacía porque veía el alma de esa gente, su tiempo interior, un lugar que no tenía en cuenta ni horas ni minutos. [...] Mi hija estaba convencida de que sus actos tenían un propósito, pero yo traté de inculcarle que su don de observación tenía sus límites. Los demás debían decidir si querían ver lo que veía ella, o todo sería inútil. »
Burton, Jessie: La
casa de las miniaturas.
Barcelona,
Salamandra (narrativa), 2015, pp. 386-387.
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