De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

jueves, 28 de junio de 2012

"La hija del Caníbal"


Montero, Rosa:
La hija del Caníbal, México, 2010,
Santillana (Punto de Lectura 14), pp. 64-65.


« [...] Todo esto que acabo de relatar me ha sucedido a mí, pero podría haberle ocurrido a otra persona: resulta que a menudo los recuerdos propios nos parecen ajenos. Ignoro de qué sustancia extraordinaria está confeccionada la identidad, pero es un tejido discontinuo que zurcimos a fuerza de voluntad y de memoria. ¿Quién fue, por ejemplo, la niña que yo fui? ¿Dónde se ha quedado, qué pensaría de mí si ahora me viera? Tampoco mi cuerpo sigue siendo el mismo: no sé dónde leí que cada siete años renovamos todas las células de nuestro organismo. Así es que ni siquiera mis huesos, de los que hubiera esperado cierta contumacia y continuidad, son presencias fiables en el tiempo. Desde el astrágalo del pie al diminuto estribo del oído, todos esos huesecillos y huesazos han ido mutando con las décadas. Nada hoy hay en mí que sea igual a la Lucía de hace veinte años. Nada, salvo el empeño de creerme la misma. Esa voluntad de ser es lo que los burócratas llaman identidad; o lo que los creyentes llaman alma. Yo me imagino a la pobre alma como una sombra flojamente entretejida en el vapor de una tela de araña; y esa sombra se aferraría con dedos transparentes a las células vertiginosas de la carne (células veloces que mueren y que nacen a toda prisa) intentando mantener la continuidad, de igual manera que una vasija, puesta debajo de un grifo y rebosante de agua, impone en el líquido una misma forma, aunque el agua que contenga sea siempre distinta. O sea que, bien mirados, los humanos no somos otra cosa que una especie de botijos rebosantes.»

1 comentario:

Ligia dijo...

Parece interesante!! Abrazos