De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

lunes, 31 de marzo de 2014



«Siempre me he preguntado por qué los poetas no incluyen al servicio y a la cocina en sus cuentos. ¿Acaso no es ésa la razón de que se libren las grandes guerras y las batallas? ¿Para que el día de mañana una familia pueda comer reunida en una casa en paz? La historia nos cuenta cómo los Señores de Manva cazaban y recogían raíces para la cena, mientras acampaban en el exilio, al pie de las montañas de Sul, pero no menciona que sus esposas e hijos vivieran en la ciudad que había quedado en ruinas, asolada por el enemigo. De algún modo se las apañarían para procurarse alimentos, limpiar la casa y venerar a los dioses, igual que hicimos nosotros durante el asedio y bajo la tiranía de los aldos. Cuando los héroes regresaban de la montaña, siempre se les agasajaba con un banquete. Me gustaría saber en qué consistía la comida y cómo se las apañaban las mujeres.»



Le Guin, Úrsula K.: Voces. Barcelona, Minotauro, p. 41.

1 comentario:

Espaciolandesa dijo...

Cierto... muchas logros de la humanidad requirieron apoyo en el que uno rara vez piensa y rara vez reconoce.

Como un fulano que escribió una vez que la mayoría de los grandes inventos se los debemos a los hombres... pero esos hombres seguramente tenían esposa, madre, hija, hermana o ¿por qué no? quizá un ama de llaves o servidumbre, que se encargaban de atenderlo, cocinarle, limpiarle y alimentarle para que no tuviera otra preocupación que dedicarse a sus investigaciones.