De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

lunes, 3 de marzo de 2014


«[...] Le pedí que me describiera el lugar. La hierba volvía a crecer, me dijo, pero todavía tenía un aspecto extraño.
—Todo desmoronado. Sólo polvo y restos. Nada tiene forma.
—Caos.
—¿Qué es caos?
—Aparece en la historia de mi madre sobre el principio del mundo. Al principio había materia flotando, pero no tenía ni estructura ni forma. No había más que pedazos y migajas y masa, ni siquiera rocas o polvo, sólo materia. Sin forma ni color, ni tierra ni cielo, ni arriba ni abajo, ni norte ni sur. Nada tenía ningún sentido. Ni dirección. No había nada conectado o relacionado. No había luz, no había oscuridad. Solo desorden. Caos.
—¿Qué pasó entonces?
—No habría pasado nada si los trozos de esa materia no se hubieran unido, aquí y allí. Así la materia empezó a tomar formas. Al principio pegotones y manojos de tierra. Luego piedras. Y las piedras se frotaron entre sí y soltaron chispas de fuego, o se derritieron unas a otras hasta que corrieron como agua. El fuego y el agua se encontraron y crearon el vapor, la bruma, la niebla, el aire... aire que el Espíritu pudo respirar.  Entonces el Espíritu se unió a sí mismo, tomó aliento y habló. Dijo todo lo que había de ser. Les cantó a la tierra y al fuego y al agua y al aire, cantó a todas las criaturas para hacerlas. Todas las formas de montañas y ríos, las formas de los árboles y de los animales y de los hombres. Sólo que no tomó ninguna forma para sí mismo, ni se dio ningún nombre, para así poder estar en todas partes, en todas las cosas y entre todas las cosas, en todas las relaciones y en todas las direcciones. Cuando todo se deshaga al final y el caos regrese, el Espíritu estará en él como estuvo al principio.—¿Pero no podrá respirar? —preguntó Gry después de un rato.
—No hasta que todo vuelva a suceder.

Al ampliar la historia, al entrar en detalles y suministrar una respuesta a la pregunta de Gry, de algún modo había ido más allá del relato de mi madre. A menudo lo hacía. No tenía ningún sentido de lo sagrado de una historia, o más bien todas eran sagradas para mí. Los maravillosos seres palabra, mientras oía o narraba, creaban un mundo en el que podía entrar y mirar y donde era libre para actuar: un mundo que conocía y comprendía, que tenía sus propias reglas, y sin embargo estaba bajo mi control como no lo estaba el mundo de más allá de las historias. Con el aburrimiento y la  inactividad de mi ceguera, vivía cada vez más en esas historias, recordándolas y pidiéndole mi madre que me las contara, y continuaba con ellas yo solo, dándo les forma, dándoles ser al hablar como el Espíritu hizo en el caos.»

LE GUIN, Úrsula K.: Dones
Barcelona, Minotauro, 2006, p. 76.

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