De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

domingo, 17 de mayo de 2009

"Entre Güeyes no hay Cornadas" *

(o la versión decente del mismo refrán: “Entre gitanos no se dicen la buena ventura”)

Definitivamente, los mexicanos no tenemos remedio. Con todo el dolor de mi corazón empiezo a pensar que de veras nos merecemos los gobiernos que tenemos; en el mapa genómico de la población nacional debieron detectar algún sector que nos hace ser tan agachones, tan borregos y al mismo tiempo tan ilusos.

¿Pues que otra lectura si no ésta se le puede dar a que en una semana coincidan dos escándalos políticos mayúsculos y no haya pasado --y no habrá de pasar-- nada? Tanto el libro de Carlos Ahumada como la entrevista que le hizo Carmen Aristegui al ex presidente De la Madrid en realidad no dijeron nada que cualquier mexicano en uso de razón no sepa desde la cuna: la tremenda corrupción e impunidad que permean todos los ámbitos de la vida política, empresarial, sindical y tantos etcéteras como se guste nombrar.

Lo único que queda es el espectáculo morboso de ver como los protagonistas de los cada vez más frecuentes casos de corrupción “se dicen sus verdades” y terminan embarrados de podredumbre… y volver a constatar que nadie pisará la cárcel o mínimamente quedará tan desprestigiado para caer en el ostracismo, antes de que el próximo espectáculo mediático vuelva a ponernos en el ánimo de ver que dos privilegiados “se agarren bonito”.

Tan es cierto que esta conducta debe estar muy adentro de la memoria genética nacional, que abundan ejemplos en la literatura. Transcribo uno de ellos, tomado de Tropa vieja,** de Francisco L. Urquizo, obra en la que la primera etapa de la Revolución Mexicana, desde antes de sus inicios en 1910, hasta la Decena Trágica, en febrero de 1913, es narrada por un soldado federal.

“… siempre era lo mismo, siempre había sido así y así seguiría siendo quién sabe hasta cuándo. Desde del tiempo de Santa Anna, me decían, había habido siempre leva y golpes y malas pasadas. El recluta sufría cuando llegaba y seguía sufriendo cuando era soldado hasta que lograba ascender a cabo; allí comenzaba a desquitarse, con los de abajo, de los golpes que antes recibió, aporreando a los nuevos o a los antiguos compañeros. De sargento era peor; más se le subía y más duro era; si llegaba a oficial, era como si hubiera llegado hasta la gloria.


“Muchos que parecían tener un rencor muy hondo, decían en sus malos ratos:
“--cuando yo llegue a ascender a cabo, qué gusto me voy a dar agarrándome a golpes con el cabo López. ***
“Y ascendían, llegaban a ponerse en las mangas la cinta colorada: todos los que seguían de soldados creían que iban a tener la ocasión de ver un pleito bueno y de gozar viendo cómo el compañero ascendido iba a desquitarse con el cabo López, y nada; de allí para adelante eran ya muy diferentes de cuando eran soldados rasos. Lo mismo eran los sargentos y los oficiales. Una escalera en la que el de más arriba pisaba al de más abajo.”



* Otra variante aún más vulgar es “Perro no come Perro”. A mis lectores les consta que he evitado entrar en temas políticos y controversiales en este blog. Eso no quiere decir que yo sea apolítico, simplemente que no he considerado que éste sea el mejor lugar para dirimir estos temas.
** URQUIZO, Francisco L., general: Tropa vieja. Populibros La Prensa 1. Editora de Periódicos S. L. C., México, 1992. pag. 49.
*** Tener que esperar a tener el mismo rango para intentar una venganza era para evitar el cargo de insubordinación, férreamente castigado por código militar al que estaban sujetos: “Todo militar que se exprese mal de su superior, en cualquier forma, será castigado severamente”. “ Cometen el delito de insubordinación, el militar o asimilado que con palabras, ademanes, gestos o señas, falte al respeto y sujeción debidas a un superior en categoría o mando que porte sus insignias o a quien conozca o deba conocer… pena de muerte, … veinte años de prisión…” [Ibídem, pp. 51-52]

4 comentarios:

Zarela Pacheco Abarca dijo...

En estas cosas te vamos conociendo amigo mio, gracias por compartirlas

pepa mas gisbert dijo...

Casi todos tenemos los políticos que nos merecemos, es una ley universal. Aunque a veces, creo que no somos tan malos, ni nos merecemos tal agobio.

Saludos

recordando a Benedetti

Unknown dijo...

Ni qué decir,somos compañeros del mismo dolor.

Hace poco, me decía una amiga que cómo era posible que los gringos, especificando el estado de California tuviera al mismísimo Terminator de Gobernador y yo, mordiéndome la lengua le contesté, lo que tú expusiste: Todos tienen lo que se merecen.

Pero es que de plano, como dice Alma, a veces no somos tan malos. El problema es que o ignoramos o pasamos por alto la falta de moral, educación y valores de nuestros representantes públicos.

Finalmente les damos chamba, pero somos malos patrones, porque no exigimos resultados, ni siquiera les descontamos los días que faltan a trabajar. Entonces, regresamos a lo mismo... Todos tenemos lo que merecemos.

Salu2.

Iván dijo...

(o la versión decente del mismo refrán: “Entre gitanos no se dicen la buena ventura”)
la version decente???