Secciones amansalocos
De "El canto del pájaro", Anthony de Mello
El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:
«No haces más que ocultarme
el secreto último del Zen».
Y se resistía a creer sus negativas.
Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.
«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.
«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».
«Sí», asintió el discípulo.
jueves, 26 de enero de 2012
Cuervos, patos, rocas
CUERVOS, PATOS, ROCAS
Observaciones y comentarios realizados por un anciano de la Serpentina de Kastoha-na, Nogal de la Casa
del Extremo del Puente, durante una conversación con la recopiladora, y reproducidos con su autorización
El modo en que caminan los cuervos indica
que están en contacto con cosas que uno necesita saber. Sin embargo, nunca
están dispuestos a
revelarlas.
Cuando se observa el caminar de los patos
salvajes, uno diría que no conocen nada, ¿verdad? Pero cuando se les ve volar o
cuando se les oye hablar, posados sobre el agua en grandes bandadas, o cuando
se les oye hablar incesantemente mientras vuelan —charlan tanto como las
personas y conocen más cosas sobre el otro lado de las montañas—, cuando se les
ve volar, y formar esa escritura, ¡uno desearía saber leerla!
No todas las rocas tienen la misma
sensibilidad. La mayoría de los basaltos no prestan atención. No están
pendientes de nada. Quizá todavía están pensando en el fuego de la oscuridad.
La roca de serpentina siempre es sensible. Proviene del agua y del fuego,
avanzó y fluyó entre otras rocas para llegar al aire y siempre está a punto de
romperse, de desmenuzarse y convertirse en polvo. La serpentina escucha y
habla. El pedernal es una roca extraña. Siempre permanece encerrada. La arenisca es una roca para las manos: se entienden
mutuamente. Aquí, en el Valle, no disponemos de piedra caliza y los Buscadores
traen fragmentos de ella en sus viajes. Lo que he podido ver de ella es mortal
e intelectual: es una roca hecha de vidas. Dicen que allí donde la tierra está
compuesta de piedra caliza, los ríos corren a través de ella por cavernas
subterráneas y nunca salen a la luz. Eso sería extraño. Me gustaría ver esas
cavernas. El granito de la
Cordillera de la
Luz es una comunidad de rocas, muy hermosa y poderosa. Cuando
contiene mica, que despide reflejos como la luz sobre el mar, resulta
maravillosa. La obsidiana es cristal, por supuesto, y también la piedra pómez y
la roca de cenizas que se encuentra en torno a Ama Kulkun. Todas ellas tienen
la naturaleza del cristal, el filo y el flujo, y contienen la luz. Son rocas
peligrosas.
En
general, las rocas no viven del mismo modo o al mismo ritmo que nosotros. Sin
embargo, uno puede encontrar una roca, sea un gran peñasco o una pequeña ágata
en el lecho de un río y, observándola detenidamente, tocándola y sosteniéndola,
prestando atención a sus sonidos o dedicándole unas breves palabras o cánticos,
una pequeña ceremonia, o permaneciendo inmóvil y callado con ella, uno puede
penetrar en cierta medida en el alma de esa roca y la roca puede penetrar en la
de uno, si está dispuesta a ello. La mayoría de las rocas tienen una vida muy
larga. Han existido durante mucho tiempo antes de que llegáramos nosotros, y seguirán
existiendo mucho tiempo después de que desaparezcamos. Algunas son muy
antiguas, nietas del advenimiento de la tierra y del sol. Aunque no hubiera
nada más que pudiéramos conocer gracias a ellas, bastaría con eso, con saber de
su gran longevidad. Sin embargo, hay en las rocas otros muchos conocimientos,
muchas cosas que sólo pueden conocerse con su ayuda. Las rocas están dispuestas
a colaborar con las personas que las manejan, las estudian y las trabajan con
placer y respeto, con atención y cuidado.
Le Guin, Úrsula K., El eterno regreso a casa, Edhasa,
Barcelona, 1989, pp. 368-370.
Publicadas por jimeneydas a la/s 5:28 p.m.
Etiquetas: Antologías
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