De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

lunes, 31 de marzo de 2014

¿Por qué los fantasmas se cubren con una sábana?




 Durante la Edad Media, los verdugos acostumbraban completar sus ingresos vendiendo clandestinamente partes cortadas a los cuerpos de los ejecutados.
            Entre las piezas más demandadas estaban los dedos de los ladrones ajusticiados, a los que se adjudicaban muchísimas propiedades (en especial eran apreciados por los taberneros, que los sumergían en los barriles de cerveza) y por las brujas, que los empleaban como ingrediente especialísimo en muchos filtros y encantamientos.

            Sin embargo, esta práctica no estaba exenta de riesgos para los practicantes. Relata Heinrich Heine en sus “Memorias”, remitiéndose tanto al Malleus maleficarum (El martillo de las brujas), una obra medieval, como a su propia experiencia al cortejar a la hija de un verdugo, que ésta, en las noches de invierno…

«[…] temía la visita de los ladrones, no de los vivientes, sino de los muertos, de los ajusticiados, de los que se desprendían de la horca y golpeaban en los cristales de las ventanas de la casa, pidiendo que se les dejase entrar para calentarse un poco.
»A veces no les atraía únicamente el fuego del hogar, sino que venían también movidos por la intención de recobrar los dedos que les había robado el verdugo. Si no se trababa bien la puerta, el viejo afán de robar se manifestaba también en ellos después de la muerte, robaban entonces las sábanas almacenadas en los armarios o puestas en las camas. Una de las viejas mujeres, quien advirtió a tiempo un robo de ese tipo, salió corriendo detrás del ladrón que iba como una sábana ondeando al viento, la cogió de una punta y recobró así lo hurtado, justamente cuando el ladrón había llegado ya al cadalso y pretendía refugiarse en el maderamen.»


Heine, Hendrich: “Memorias”, en Los dioses en el exilio,
Barcelona, Bruguera (Libro amigo 1502), 1984 [ca. 1850), pp. 394, 395 y ss.



«Siempre me he preguntado por qué los poetas no incluyen al servicio y a la cocina en sus cuentos. ¿Acaso no es ésa la razón de que se libren las grandes guerras y las batallas? ¿Para que el día de mañana una familia pueda comer reunida en una casa en paz? La historia nos cuenta cómo los Señores de Manva cazaban y recogían raíces para la cena, mientras acampaban en el exilio, al pie de las montañas de Sul, pero no menciona que sus esposas e hijos vivieran en la ciudad que había quedado en ruinas, asolada por el enemigo. De algún modo se las apañarían para procurarse alimentos, limpiar la casa y venerar a los dioses, igual que hicimos nosotros durante el asedio y bajo la tiranía de los aldos. Cuando los héroes regresaban de la montaña, siempre se les agasajaba con un banquete. Me gustaría saber en qué consistía la comida y cómo se las apañaban las mujeres.»



Le Guin, Úrsula K.: Voces. Barcelona, Minotauro, p. 41.

domingo, 30 de marzo de 2014

y ahí les va un microcuento...

Aquel escritor tenía tan poca autoestima, que cuando plasmó su autobiografía, otros fueron los protagonistas.

martes, 25 de marzo de 2014

"Un perro ha muerto", Pablo Neruda

Mi perro ha muerto.

Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.

Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.

Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independienre
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.

Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.

Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.

No hay adiós a mi perro que se ha muerco.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.

Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.

más confesiones de ignorancia y fracaso...

.. cada que quiero escribir un haiku y no me encaja la métrica (5-7-5), me acuerdo de la leyenda de Procusto: (personaje de la mitología griega. Según Wikipedia, era un bandido y posadero del Ática), o sea: atormento el sentimiento por querer estirarlo o encogerlo y termino por desfigurarlo...

"Procusto tenía su casa en las colinas, donde ofrecía posada al viajero solitario. Allí lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta y su cuerpo era más largo que la cama, procedía a serrar las partes de su cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si por el contrario era de menor longitud de la cama, lo descoyuntaba a martillazos hasta estirarla (de aquí viene su nombre). Según otras versiones, nadie coincidía jamás con el tamaño de la cama porque Procusto poseía dos camas, una exageradamente larga y otra exageradamente corta.
"Procusto continuó con su reinado de terror hasta que se encontró con el héroe Teseo, quien invirtió el juego retando a Procusto a comprobar si su propio cuerpo encajaba con el tamaño de la cama."

lunes, 24 de marzo de 2014



«No sirve de nada tener una respuesta
cuando la pregunta está equivocada.»


Le Guin, Úrsula K. La mano izquierda de la oscuridad,
Barcelona, Minotauro, 1973, p. 68.

martes, 18 de marzo de 2014



«Y entonces me confesó su terrible secreto. Cada vez que escribía un libro se abatía sobre el pobre magister la peor de las desgracias. Y es que después de haber elaborado todos sus argumentos para el tema que quería demostrar, se sentía obligado a exponer igualmente las objeciones que podría oponer un adversario; se devanaba entonces los sesos y buscaba las razones más agudas desde el punto de vista contrario, y como quiera que éstas iban penetrando en su ser de manera inconsciente, sucedía siempre, cuando el libro estaba terminado, que las opiniones del pobre autor había ido cambiando poco a poco, y surgía entonces en su mente una convicción totalmente opuesta a la del libro, y entonces era lo suficientemente honrado […] para sacrificar los laureles de la fama literaria ante el altar de la verdad, es decir, arrojando su manuscrito al fuego. Por eso lanzaba suspiros tan profundos una vez que había demostrado la superioridad del cristianismo.»


Heine, Hendrich: “Espíritus elementales”, en Los dioses en el exilio,
Barcelona, Bruguera (Libro amigo 1502), 1984, p. 252.