De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

miércoles, 22 de abril de 2015

Piloto de Guerra, Saint-Exupéry



«Y no vivo la espera de la muerte en el segundo que sigue, sino la resurrección al terminar el segundo que precede. Vivo en un especie de reguero de alegría. Vivo en el surco de mi júbilo. Y comienzo a sentir un placer prodigiosamente inesperado… Es como si a cada segundo volvieran a darme la vida. Como si mi vida se hiciera más sensible con cada segundo que pasara. Vivo. Estoy vivo. Estoy todavía vivo. Sigo estando vivo. No soy más que una fuente de vida. La borrachera de la vida empieza a dominarme.»


(sentimientos del autor mientras sobrevuela territorio enemigo en un vuelo de exploración y se sorprende que la artillería enemiga que abre fuego cerrado sobre su aparato no lo haya derribado aún)

Saint-Exupéry, Antoine: “Piloto de guerra”,
en Obras completas de Antoine de Saint Exupéry,
Barcelona, Plaza y Janés (Los clásicos del siglo XX), 1974, p. 434.

lunes, 20 de abril de 2015



«Formaban el rostro de la casa. Eran objeto de un culto de religiones particulares. Colocado cada uno en su sitio, convertido en necesario por el hábito, embellecido por los recuerdos, poseía su propio valor por la patria íntima que contribuía a crear. Pero se ha creído que su valor residía en ellos mismos, los han arrancado de su chimenea, de su mesa, de su pared, los han amontonado a la buena de Dios. Y ya no son sino objetos de bazar mostrando su vejez.»


Sainy-Exupéry, Antoine: “Piloto de guerra”,
en Obras completas de Antoine de Saint Exupéry,
Barcelona, Plaza y Janés (Los clásicos del siglo XX), 1974, p. 400.



Volver a barrer
el rincón donde el aire
reúne las hojas.

jueves, 16 de abril de 2015

Noche tranquila.
La puerta de la alcoba
se cierra sola.

viernes, 10 de abril de 2015

No a las etiquetas

Un llamado a evitar etiquetar a las personas.



«(Ya no recuerdo la etiqueta por cuyo nombre había sido proscripto el hombre.) Pero en aquel momento era algo totalmente distinto que una etiqueta. Lo que contaba era el contenido. La pasta humana. Era un amigo, simplemente. Y estábamos de acuerdo, entre amigos. Tú estabas de acuerdo. Yo estaba de acuerdo.»



Saint-Exupéry, Antoine: "Carta a un rehén"
en Obras completas de Antoine de Saint-Exupéry,
Barcelona, Plaza y Valdés (Los clásicos del siglo XX), 1974, p. 499.

jueves, 9 de abril de 2015

Rutina diaria.
El peso de las llaves
en el bolsillo.

martes, 7 de abril de 2015

Viejas gavetas.
En el cajón que no se abre
un abanico.

domingo, 5 de abril de 2015

Aventuras de Barry Lyndon


« […] Repetimos que míster Barry Lyndon no es un héroe del tipo corriente. Pero observe el lector en derredor suyo y pregúntese: ¿No triunfan en la vida tantos sinvergüenzas como hombres honrados? ¿No prosperan más tontos que hombres de talento? ¿No será, pues, justo que el analista de la vida humana describa esta clase de vidas como se describen las proezas de cuentos de hadas, esos héroes perfectamente imposibles, que nuestros escritores se complacen en presentarnos? Hay algo de candidez y simplonería en este estilo novelesco tan de modo que pone al Príncipe Hombrebonito –al fin de sus aventuras– en posesión de todas las riquezas imaginables, como ya había sido dotado de todas las perfecciones espirituales y físicas. Los novelistas creen que no pueden hacer más por sus queridos héroes que convertirlos en lords. ¿No es eso un reflejo muy pobre del Summum bonum? El mayor bien de la vida no es ser un lord, quizá ni siquiera lo sea el ser feliz. La pobreza, una enfermedad o una joroba pueden ser recompensas del bien lo mismo que esa prosperidad y esas perfecciones corporales que todos adoramos inconscientemente. Pero ése es un tema propio para un ensayo, no para una nota. […]»

Thackeray, William Makepeace: Las aventuras de Barry Lyndon,
Barcelona, Bruguera (Libro amigo 856),
1981 [1844], pp. 259-260,
(nota al pie marcada como "nota del autor")