« [Alice] estaba desnuda antes de que el suéter liberara la cabeza de Richard. Y así, recostada, con los muslos desnudos cruzados contra su propio deseo, observaba el resto del desnudamiento, el cuidadoso plegado de las prendas. A veces lo de cruzar los mulsos no le funcionaba, y había de rendirse a una primera delicia mientras él se afanaba colocando la chaqueta en el respaldo de la silla. No hoy, sin embargo. Hoy se las arregló para mantenerse distante, como buena profesora que era, y esperó hasta que su cuerpo quedó cubierto por el igualmente disciplinado cuerpo de él; Abrió las piernas; y a continuación la profesora solterona y el médico erudito se descargaron de sus personalidades exteriores, se juntaron, rodaron, volvieron a rodar, luchando cada cual por incorporarse en el otro, por hacerse uno solo, por integrar un nuevo organismo que sólo deseara hacerse el amor a sí mismo durante todo el día. Quizá alguna tarde les mudara la piel, a ellos o al nuevo organismo, les salieran alas, echaran a volar, […] »
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