De "El canto del pájaro", Anthony de Mello

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:

«No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen».

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte.
Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro.


«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.

«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que
no te he estado ocultando nada».

«Sí», asintió el discípulo.

viernes, 27 de marzo de 2009

Fantaseando; necesito $ 10,000 usd
se reciben donativos

¿tanto dinero? ¿tanto dinero en realidad es mucho dinero?
Es lo que, en un cálculo apresurado, resulto ser lo necesario para transformar mi pequeña papelería en una editorial independiente. Es lo necesario para regresar a hacer lo que de veras sí sé hacer bien.

Porque si hay algo para lo que me considero competente es para editar libros: ese proceso que va desde perseguir al autor para que entregue su manuscrito, revisarlo, trabajarlo con el autor, fijar criterios editoriales, prepararlo para captura, cotejar y revisar galeras, diseñar el volumen, elaboración del dummie de formación, del dummie de impresión, formación y revisión de formación, hasta el momento de entregarlo al impresor. Mi último trabajo consistió en coordinar la publicación de una colección de libros de historia que se quedó en la fuente de los buenos deseos por un recorte presupuestal.
Incluso, tengo en mi haber un libro «limpiecito» al que, hasta donde sé, nadie ha encontrado un error. Y eso porque con los años desarrollé cierto sexto sentido que me avisaba que había que revisar una y otra vez algún párrafo hasta dar con una errata… claro que también cargo sobre mis hombros errores memorables, como un «ha» de «haber» sin «h»... en la segunda línea del primer párrafo del artículo principal de una revista.
(y antes de que alguien confronte lo anterior con mis textos tan deficientes y se pregunte si no estoy
«blofeando», debo decir que no trato a mis textitos con el rigor que le daría a un material publicable, y es que, además, esto de ser escribidor es un fenómeno relativamente nuevo para mí. Puedo ser implacable como corrector de estilo y ortotipográfico, pero eso me condicionó a trabajar sobre textos que ya existían. La «hoja en blanco» representa un doble esfuerzo para mí. Y eso que a diario aprendo cosas nuevas, Internet permite la actualización de una manera inimaginable antes.)
Como todo en la vida, el haber llegado al mundo de las imprentas y las editoriales fue algo muy fortuito, y después de tantos años creo que ya puedo narrarlo. Resulta que ingresé, más por las pestañas de una camarada que por vocación, a una organización política semiclandestina que, entre sus principios, estaba el de ofrecer a la clase obrera la mejor calidad en la propaganda: en vez de los volantes mimeografiados y casi ilegibles que eran la norma en aquella época, se elaboraban materiales sumamente cuidados en todos sus aspectos: redacción, presentación e impresión.
Por tener una ortografía decente y cierta facilidad para esto de la escribidera fui rápidamente reclutado para trabajar directamente con el Comité Central, de modo que aprendí un mundo de cosas, desde la forma de poner los conceptos de «plusvalía» y «explotación» en términos que pudiera comprender un obrero promedio hasta entenderme con los impresores para que salieran a la luz los boletines, periódicos y libros que alimentaban las células y los círculos de estudio.
Era un momento interesante, la transición entre los procesos de impresión en caliente a los primeros procesos electrónicos. Las modernas máquinas IBM composer, con la increíble memoria de 8 kb, entraban al mundo de los linotipos, prensas planas y correctores viejitos capaces de darle santo y seña a cualquier académico en cuestiones del idioma, en esas imprentas ruidosas llenas olor a tinta y grasa manejadas por maestros prensistas que llevaban tinta en las venas, le echaban maicena a las máquinas cuando hacía falta y trabajan bajo el infaltable póster de encueradas junto a las mesas de luz donde los formadores se encargaban de revisar y retocar los negativos para el offset.
Aprendí con ellos el lenguaje tan peculiar y especializado: el ámbito de las viudas, huérfanos, callejones, escaleras, ríos, falsas, folios, corondeles, llamadas, colofones, cajas, textos a bando, textos en piña, filetes, plecas, topos, versalitas, bastardillas, camisas, etc.
La consecuencia de todo esto es que adquirí una capacitación completa que me sacó de más de un apuro económico, permitiéndome trabajar de capturista, corrector, y hasta editor de libros y revistas, casi siempre de difusión científica antropológica e histórica, con ocasionales incursiones en otros géneros, como, ay, revistas de crónicas sociales, jeje. Y también formé dos equipos de trabajo, bastante eficientes, por cierto.
Decía arriba que estaba a cargo de la edición de una ambiciosa colección de libros de historia legislativa. El primer volumen ya estaba listo, con todo y sus índices, cuando de un día para otro un cambio de gobierno y su consecuente recorte de los proyectos del anterior me dejó desempleado y desilusionado.
Ahora, tras ocho años de dedicarme a mi negocito, me encuentro cada día añorando más aquellos tiempos, tanto que hasta estoy haciendo números serios para montar mi pequeña editorial y aprovechar las nuevas tecnologías.
Y, para redondear el sueño, pues ya tengo en mente cuál sería el primer título a publicar…
Se reciben donativos.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Entiendo perfectamente tu situación, y también estoy segura que no eres el único.

De las donaciones te podría decir que creo que el 85% de los que te leemos necesitamos la misma cantidad o hasta más, así que cada vez somos un grupo más grande. Jajaja.

Toda la suerte y ojalá que te topes con un buen mesenas, que harta falta hace en éstas épocasde austeridad.

jimeneydas dijo...

El mecenas estaría bien, siempre y cuando no me tope con un narcoeditor (en esta vida hay de todo).
En cuanto a que todo la mayoría estemos en la misma situación, te contestaré como en aquel cuento de Cri Cri: "¿Y cómo llegó ese gnomo a adquirir tantas riquezas ? Muy sencillo, respondió Cri Cri. Gritaba "esto es mío, esto es mío, esto es mío" y así gritando terminó porque todo era suyo. Ditirambo Farfulla estaba pasmado de admiración. A su vez, codiciando una vega florida, pretendió gritar ¡Esto es mío! "Imposible" le advirtió Cri Cre porque el Gnomo ya gritó antes."

Zarela Pacheco Abarca dijo...

Yo te encomendaría mi libro para que lo hicieses cuando ya reunas los 10.000 dolares, que es cosa fácil, pensaré que lo vas a lograr, cariños amigo